Describir el grado de decepción de María podría ser
complicado y, además, nos llevaría mucho tiempo. Toda la vida había querido
ayudar a los demás, probablemente inspirada por la profesión médica de su padre,
o, quizás porque siempre había admirado a Teresa de Calcuta. Negada para las
ciencias y sin vocación eclesiástica, María se metió en mil organizaciones de
ayuda desde su más tierna pubertad. No tenía tiempo ni para pensar en los
chicos que, ni que decir tiene, la veían como a una atractiva bastante extraña;
o sea, que al mismo tiempo que querían acercarse a ella deseaban alejarse. No
le importaba, pues en lo único en que pensaba era en ser útil al prójimo.
Sin embargo,
de alguna u otra forma, María acababa siempre decepcionada con las organizaciones
a las que se asociaba. Al principio lo relacionaba con la diferencia de edad
que había entre ella y la mayor parte de sus miembros, que, por cierto, no les
resultaba nada extraña y sí muy atractiva, de modo que casi todos acababan
rondándola; quizás fuera también por esto que sus ilusiones se disipaban pasado
un tiempo en la organización. ¿De verdad que no había ninguna ONG en la que
ninguno de sus miembros intentara ligársela y se centrara definitivamente con
ella en el objetivo de la misma?
Pasados
los veinticinco años, y con una licenciatura en filología árabe a cuestas, dio
con lo que pensaba era la organización perfecta, pues nadie la pretendía. Qué a
gusto se sentía colaborando entre tanta sinceridad, entre tanta acción
desinteresada. No había una actividad a la que no acudiese llevando todo su
entusiasmo. De hecho, nunca pensó que su entusiasmo pudiera jugarle tan mala
pasada, pues los presidentes de la organización lo esgrimieron para prescindir
de ella. No se lo podía creer. Según les había entendido, se implicaba tanto en
la colaboración que los demás acababan apartándose, señalándola como una niña
de papá encaprichada, probablemente movida por remordimientos burgueses, con
ayudar al prójimo.
Insultada,
humillada, rebajada…Así se sentía María
al salir de la sede; pero si lo único que deseaba con toda su alma era ayudar,
especialmente en esta última donde se rehabilitaba a toxicómanos. Después de
dos años de colaboración, resultaba que no servía debido a su exceso de
entusiasmo y un carácter ciertamente impetuoso. Tan afectada quedó que terminó
descuidando su trabajo de venta de seguros por teléfono, porque, como es obvio,
como filóloga arábiga no se comía un rosco, hasta que la echaron.
Su
desazón iba en aumento, no tanto por haber perdido el trabajo sino porque se
había extendido su cese de la ONG entre otras organizaciones y, a esas alturas,
se había convencido de que no podría colaborar con ninguna otra, al menos en
esa ciudad. Si ella solo quería ayudar; consideró seriamente la posibilidad de
acudir a un psicólogo, trasladarse a otra provincia, convertirse al budismo…
Aquella
mañana, iba María camino de las oficinas del paro con la cabeza puesta en los
necesitados. Siempre había sido una gran despistada y no era de extrañar que
durante el día tropezara con más de un transeúnte o se equivocara de calle.
Aquella estaba resultando una jornada de máxima distracción, por lo que, tras
chocar con tres viandantes, acabó perdida. Cuando se percató de su
desorientación quiso llorar ya que donde se suponía que debían estar las
oficinas del paro había un banco. Ella no quería una incubadora de crisis,
quería poder arreglar sus papeles en una oficina de empleo. Buscó a quien
preguntar, cayendo sus ojos en un joven que aguardaba al volante de su coche
aparcado en doble fila. Su rostro le pareció fiable y se acercó a él.
- Perdona,
verás, es que me he perdido; increíble porque llevo viviendo en esta ciudad por
lo menos diez años, desde que mi padre cambió de hospital y vine a hacer el
instituto aquí. El caso es que yo estaba convencida de que donde está ese banco
había antes una oficina de empleo, porque me han despedido, ¿sabes?, como a
mucha gente estos días, espero que no sea tu caso. A mí, por despistada; como
lo oyes. Bueno, en parte tenían razón porque yo no hacía otra cosa que pensar
en la ONG donde colaboro, perdón, colaboraba porque de ahí también me han
echado…Oye, ¡Yo a ti te conozco!
El joven
en cuestión, escuchaba sorprendido la verborrea de la desconocida. Nervioso,
apretaba sus manos al volante deseando que aquella loca se marchara de una vez,
pues resultaba de lo más inoportuna; pero cuando oyó que le conocía quedó
paralizado.
- ¿Ah,
sí?- balbuceó-, no creo.
- Que
sí, que sí- insistía María acompañando su histerismo con pequeños brincos-, pero
¿de qué, Señor?, ¿de qué te conozco?
-Yo creo
que no, además estoy esperan…
- Ya sé,
ya sé, ya sé, del instituto, del Miguel Hernández- el joven quedó sin
respiración pues él había estudiado ahí-. Tú eres Raúl. Ay, ¿cómo te
apellidabas? Bueno, es igual. Raúl, ¿no te acuerdas de mí? Soy María, la friki
de las ONGs.
Un
ligero brillo en los ojos del joven acabaron por delatarle.
-¿Ves
como eres Raúl?- continuó María-. No me digas que no te acuerdas, si todos
queríais ligarme. Bueno, ahora que lo pienso, tú nunca lo intentaste.
Raúl
hacía lo posible por mirar al banco, pero el cuerpo de María se lo impedía.
Suspiró vencido.
- Sí,
soy Raúl y me acuerdo de ti- le confesó pensando que así se libraría de ella.
Error. Grande.
- Jo,
qué ojo tengo- dijo con el mismo entusiasmo-, mira que esta ciudad es grande,
¿eh? Y me vengo a perder justo aquí, donde estás tú y encima te pregunto por
una oficina de empleo.
Un
pequeño silencio se interpuso entre los dos. Raúl no estaba dispuesto a decir
ni una palabra más y María no podía consentir que ese silencio continuara
prolongándose.
- Y
dime, ¿qué haces? Yo ya lo ves, camino del paro, que estos días es lo común; espero que no te
encuentres en la misma situación. La verdad es que te perdí la pista en seguida.
¿Terminaste el insti?, ¿qué hiciste? Yo me metí en filología árabe, ¿te lo
puedes creer? Me pareció de lo más romántico, y mira que mis padres me
insistieron para que hiciera otra cosa…Oye, que mejor me meto en el coche, ¿no?
Y hablamos con tranquilidad. ¿Tienes mucha prisa?
- Sí,
sí, muchísima- le respondió velozmente viendo una vía de escape con esa
pregunta.
- Si es
solo un momento, con la de años que no nos vemos.
María
empezó a rodear el coche dirigiéndose al asiento del copiloto.
- No,
no, no- protestó Raúl, pero fue en vano. Dos segundos más tarde, estaba sentada
a su lado. Raúl empezó a sudar, lo notaba en sus manos que continuaban
apretando el volante. Al menos ahora podía ver claramente el banco.
-Oye, que tienes el motor encendido- le indicó
María-, sí que tienes prisa. Bueno, te prometo que será solo un ratito, en lo
que sale tu mujer del banco, porque la estás esperando, ¿no?, o a tu novia. ¿Tú
te has casado? Yo no. He tenido mis novietes, pero la verdad es que no
compartían mis deseos de ayudar a los demás; en resumen, que eran todos unos
egoístas, como en el instituto, que todos andabais detrás de mí, ¿te acuerdas?
Todos menos tú, que no me soportabas.
Aquel
comentario consiguió desconectar a Raúl de sus más inmediatas preocupaciones y,
por primera vez, mostrar interés por el monólogo de su antigua compañera.
- ¿Por
qué dices eso?, me caías bien.
- Pues
chico, ¿qué quieres que te diga? Nunca me dirigías la palabra, era como si te
escondieras de mí.
Los
recuerdos, que para Raúl estaban muertos y enterrados, acabaron resucitando con
las palabras de María.
- Bueno-
empezó diciendo Raúl en voz baja-, es que era muy tímido, pero sí que me caías
bien.
Sus ojos
se encontraron provocando en María una alegre e inusual sensación. Nunca antes
había visto tanta dulzura en una mirada; hasta tuvo la sensación de quedarse
bloqueada, y eso sí que era raro en ella. Raúl creyó estar reviviendo aquellos
años de instituto; años confusos en los que su timidez le llevó a seguir la
corriente constantemente, una corriente equivocada, de eso estaba seguro. María
no tardaría en preguntarle cómo le había ido en la vida y entonces no tendría
otra que mentir, pero se lo notaría, estaba seguro. La voz de su antigua amiga
quedó amortiguada por las imágenes que fluían en su memoria. Vestida siempre
como la más hippie de las hippies, siempre con la matraquilla de ayudar a los
demás, siempre con su discurso incansable. Nunca se atrevió a decirle que
estaba de acuerdo con ella, nunca dio los pasos suficientes como para acercarse
a ella y pedirle una cita, como hacían los demás. Sí hizo caso, sin embargo, a
todos los capullos que le llevaron a repetir ese curso y a no a terminar nunca sus
estudios. Tampoco a ellos había sido capaz de negarles un porro o una raya.
- ¿Y dime,
cómo te ha tratado la vida?
Allí
estaba la pregunta maldita. ¿Por qué tendría que haberse tropezado con ella?,
¿por qué no se iba de una jodida vez?
- Pssa,
ya sabes, un poco como a todos; unos trabajillos por aquí, otros por allá,
siempre en la construcción.
Raúl
temió haber respondido con un tono demasiado lastimoso, pues lástima era lo
último que quería despertar en ella. Los nervios, que aparentemente, habían
desaparecido, afloraron de nuevo para hacerle estrangular el volante. María,
probablemente por primera vez en su vida, permaneció en silencio. Había quedado
prendada por la candidez de aquellos ojos que ocultaban torpemente una vida
llena de tropiezos.
- ¿Sabes
lo que vamos a hacer?- le preguntó entusiasmada- Vamos a tomar un café.
- ¿Qué?-
protestó, más que preguntó.
- Sí, un
café, ya sabes. Vamos los tres.
La idea
le tentó, pero estaba allí en ese coche arrancado por algo y debía renunciar a
ello si quería aceptar esa propuesta.
- ¿Tres?,
¿qué tres?
- Estás
esperando a tu novia, ¿no? En el banco.
Raúl
miró unas tres veces a la puerta del banco. Respiró hondo.
- ¿Te
encuentras bien?
- Sí,
sí. No estoy esperando a nadie- soltó a toda velocidad- esperaba a un amigo
para pedir un préstamo pero ya con la hora que es no creo que venga.
-Bueno,
pues mejor que mejor. Vamos a por ese café, o un té; no sé qué te apetece más.
Es un poco temprano para una cerveza, ¿no? Aunque a lo mejor para ti no. Uy,
qué torpe, no vayas a interpretar que por tu aspecto te he imaginado bebiendo
cervezas en el desayuno. A ver, que tu aspecto no tiene nada de malo, ¿no te
acuerdas de cómo iba vestida yo en el insti? De risa, pero mira, nunca me he
arrepentido de ello. Estoy muy orgullosa de no haber caído en las modas, aunque
vestir de hippie supongo que también sea una moda, no sé, ¿tú cómo lo ves?
Raúl
había empezado a mover el coche. La voz de María le sonaba como una de esas
canciones maravillosas que, de pronto y, sin avisar, nos sorprenden en la
radio. Ya solo porque no te la esperabas te suenan mejor. Así estaba él,
disfrutando de aquella melodía que había irrumpido en su vida sin previo aviso.
Habían
girado ya la esquina de la larga calle cuando se activó la alarma del banco.
Con una sincronización casi perfecta con aquel ruido estridente, dos hombres
encapuchados salieron de la sucursal pistola en mano y cargando unas maletas
deportivas considerablemente abultadas. Quedaron paralizados pues algo en su
atraco perfecto no estaba funcionando.
-¿Y
Raúl?, ¿dónde está ese capullo?
Miraban
desesperados a ambos lados de la calle.
-Pero si
estaba aparcado aquí mismo.
-Hijo de
puta. Nos ha vendido.
-¿Qué
hacemos?
-Correr,
coño, correr.