jueves, 13 de noviembre de 2014

Razones por las que ya no voy tanto al cine

Yo era de los de cine semanal. No faltaba a la cita: los viernes, cine. Lloviera, tronara o estuviéramos en plena plaga de langosta. Incluso si ese viernes caía en Nochebuena o Nochevieja, yo iba al cine, a la sesión de la tarde, claro. Recuerdo ese hábito con especial cariño; hábito que mantuve hasta hace unos años. Ahora es todo distinto pues acudo al cine unas cinco veces al año. Veamos los motivos.
Sin duda, un factor de peso es que no vivo en ninguna ciudad, y la única ciudad donde me gustaría vivir, no tiene cines. Esto implica tener que coger el coche y, sinceramente, me da pereza, algo menos en verano.
Luego se ve que me hago mayor pues lo que antes no me molestaba tanto, ahora me molesta mucho más. También es verdad que antes no había móviles que sonaran durante la proyección, o que la gente encienda en medio de la oscuridad reclamando la atención de mis ojos. Ahora todo es comprar palomitas, con lo que huelen y suenan. Cientos de mandíbulas masticando al mismo tiempo. Además, se han incorporado los nachos. Toda una bandeja con su salsa. ¿Vamos al cine o de picnic?
Cada vez soporto menos que la gente hable durante la proyección. Me irrita muchísimo, me desconecta, me saca de la película, y no estoy dispuesto a pedirles que se callen. Me sube la tensión.
¿Y el precio de la entrada? ¿No es carísimo ir el cine? Súmale lo que compras en el bar. ¿Y si vas en familia? Se convierte en prácticamente un lujo. ¿De verdad el precio está justificado? Yo creo que no, aunque me faltan datos. Pero sí sé que muchísima gente ha dejado de ir al cine por ese motivo y ha optado por internet. Luego vemos, con las iniciativas del día del espectador, cómo sube la afluencia al cine de manera enorme. La última campaña fue de más de dos millones de personas en dos días. Lo que quiere decir que no es culpa de las películas por lo que no se va al cine (si son malas, etc…) sino del precio de las entradas.
De hecho, cuando voy al cine, elijo películas en las que estoy seguro que me voy a entretener; eso es lo mínimo que pido. Con esos precios, no puedo probar, no puedo arriesgarme como quisiera, como hacía antes. Ah, qué tiempos aquellos…

¿Cómo puede competir todo eso con la comodidad de mi sillón cheslong donde, además, puedo estirar los pies y ver una película tranquilamente?

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