domingo, 31 de mayo de 2015

UN ESPECIAL CARIÑO

No sé, hay veces que le cogemos un cariño especial a algo. No tiene por qué ser una maravilla. Puede ser un boliche, una peonza, un libro…ya me entendéis. En mi caso es una película. Claro, no podía ser de otra manera en un cinéfilo. Sin embargo, no es ninguna de esas maravillas que entran siempre en el top ten de los mejores films de la historia. No. En mi caso se trata de “Dispara a matar”. Ya, ya. ¿Cómo se le puede tener un especial cariño a una película con ese título? La explicación es sencilla. El día antes de ir a la óptica para recoger mis primeras gafas fui al cine a verla. Un film de lo más sencillo, un thriller que entretiene hasta el final, pero poco más; con un Sidney  Poitier gustándose a sí mismo, como siempre, y un Tom Berenger en sus días de gloria.


Cuando me puse las gafas por primera vez en mi vida el impacto fue terrible, en el buen sentido. Un mundo lleno de color y fantasía apareció ante mí. Vaya, si las personas tenían rostro siempre y no cuando llegaban a dos metros de mí;  y la luna era redonda y no una bola gaseosa e indefinida. No resistí ni veinticuatro horas sin volver al cine. Por supuesto, vi de nuevo “Dispara a matar” y fue como verla por primera vez. Colores, árboles, cielo, actores con expresiones. Menudo cegato había llegado a ser.  Sí, “Dispara a matar” fue mi primera película que vi con gafas. Por supuesto, desde entonces me dediqué a revisionar las películas que había visto antes de que aquellos anteojos se acoplaran a mi nariz convirtiéndose hasta la fecha en un apéndice de mi cuerpo.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Lo que más aprecias en este mundo- crónicas del pueblo de San Gabriel, anteriores a 1936

-¿Cómo te llamas?
-Ju... Julián, me llamo Julián-y respiró aliviado tras tanta tensión.
-Julián, me gusta, es un nombre muy bonito- y Rosalba tocó el piano más animada.
Julián nunca se había parado a pensar que su nombre fuera bonito, pero si ella lo decía, tenía que serlo.
 -¿Dónde lo pongo?-preguntó Julián refiriéndose a su regalo.
-Ahí, donde los demás.
Rosalba señalaba con la cabeza al enorme sofá que presidía el salón, y cuando Julián lo miró sintió auténtica vergüenza por el presente que había traído con tanta ilusión. Él mismo había elaborado la caja, con algo de premura, eso sí, por el poco tiempo del que había dispuesto. No era grande, pues lo que escondía no necesitaba de mucho espacio. Había decidido regalarle su posesión más preciada. Quería romper con su pasado y dedicarse en cuerpo y alma a ganarse la amistad de la niña, y para ello era necesario desprenderse de todo aquello que pudiera distraerle: qué mejor, pues, que regalárselo a ella. Era el símbolo de su sacrificio, la ruptura de su niñez. A partir de ese momento sólo Rosalba existiría en su mundo, en su vida. Pero mal empezaba, porque el gran sofá al que debía mirar no se veía. Estaba totalmente oculto por una montaña de presentes aún sin desenvolver. No eran regalos modestos, la mayoría eran paquetes considerables e incluso en algunos se intuía una bicicleta o una gran casa de muñecas. La pequeña caja de Julián resultaba preocupantemente insignificante al lado de tanta generosidad. Se acercó despacio, pues el alma le había caído a los pies y  miró desconsolado su regalo y el amontonamiento del sofá. Además, lo hizo varias veces, como si quisiera encontrar algún tipo de placer en ello, aunque en realidad lo que pensaba era si de verdad debía entregarle su regalo. Miró a Rosalba, que seguía entusiasmada con su música acampanada por el pedal mágico. Miró a los invitados, que seguían deleitándose con la pequeña en el piano, y miró de nuevo su regalo liliputiense. Levantó una enorme caja envuelta con papel floreado y lo colocó debajo. Lo hizo rápido, aunque algo torpe. Las demás cajas dudaron entre caer o mantener la estabilidad, al tiempo que Julián dudaba si quedarse o salir corriendo. No cayeron y Julián respiró aliviado. Lo que seguía lo tenía claro, debía marcharse, no quería estar presente cuando Rosalba abriera los paquetes, no hubiera podido soportar la vergüenza.
Al día siguiente, Julián gastaba el tiempo del recreo sentado en un banco. El comentario principal esa mañana había sido lo mucho que se habían divertido todos en la fiesta de Rosalba. Afortunados ellos, pensaba Julián, que miraba sin mucho interés a sus amigos jugando a la pelota. Le sorprendía cómo cambian las cosas cuando uno se aleja y toma perspectiva, porque ahora, desde ese banco, se preguntaba cómo nadie era capaz de hilvanar una jugada en un patio tan pequeño. Cuando jugaba nunca se lo había planteado, es más, hasta le parecía grande el terreno después de correr unos minutos. Así intentaba distraer su mortificado ánimo cuando una vocecita muy dulce sonó a su lado.
-Hola.
Era Rosalba. Su sonrisa se dibujaba tan dulce como su voz. Julián no pudo evitar que le temblara la suya.  
-Ho... hola.
-Tú eres Julián, ¿verdad?
Julián asintió con la cabeza pues temía que le volviera a traicionar su voz.
-Muchas gracias por tus canicas.
-¿Abriste  mi regalo?- No podía menos que sorprenderse
-¿Por qué no iba a hacerlo?
-¿Y te gustó?
-Mucho- lo reforzaba asintiendo con la cabeza, y sin dejar de sonreír-. Mi padre dice que tu regalo es el mejor de todos.
-¿Y por qué?- Realmente le interesaba saber el motivo.
-Dice que porque me regalaste lo que más querías de todas tus cosas.
-¿Y él cómo sabe eso?-ahora el interés era mucho mayor en el niño.
-Eso le pregunté yo.
-¿Y qué te dijo?
-Que un niño de tu edad lo que más aprecia en este mundo son sus canicas-Julián desvió la mirada. Su cuerpo le temblaba ante el acierto de don Esteban, aunque empleaba todo su esfuerzo por disimularlo-, y por eso es el mejor regalo de todos.
El breve silencio que siguió torturaba sin piedad a Julián. No se atrevía a mirarla.
-¿Es cierto?
-¿El qué?
-¿Me regalaste lo que más aprecias en este mundo?
Julián giró la cabeza lentamente para mirarla. Ya no podía disimular sus temblores. Intentaba contestar pero no podía. Era imposible no darse cuenta y Rosalba, siempre sonriendo, le liberó de su tortura con una pregunta mucho más fácil de responder.
-¿Me acompañas hasta casa después de clase?


domingo, 24 de mayo de 2015

De cómo Futurama me ayudó a escribir “Entre el esperpento y el escalofrío”

¿Cada acto de nuestra vida está gobernado por los caprichos de la casualidad o verdaderamente está todo predeterminado de antemano?

El caso es que considero a Futurama lo mejor que ha parido la televisión, después de Seinfeld, claro, y pocos personajes hay más grandes que Bender.  Nunca me perdía un episodio  cuando los emitían a mediodía. Me coincidía con el almuerzo, así que perfecto. Hubo un episodio que, simplemente, me dejó petrificado. Era aquel en el que Fry tenía la oportunidad de devolver la vida a su perro fosilizado (de mil años atrás). Al final no lo hizo porque consideró que el perro le habría olvidado al poco de desaparecer de su vida. Entonces, la cámara  se queda en el flashback de mil años atrás y vemos cómo el perro nunca se alejó de la pizzería donde trabajaba Fry. Jamás, nevara o lloviera, el perro se fue un instante de aquel lugar esperando a su dueño. Vemos cómo pasan los años hasta que el perro, ya envejecido, cierra los ojos por última vez, pero siempre delante de la pizzería y aun con la esperanza del reencuentro. Y así termina el capítulo.

Tremendo.

Empecé a llorar y a aplaudir al televisor por lo que acababa de ofrecerme.

Esa escena no sería la misma sin la música que le pusieron. La versión de Connie Francis para “Los paraguas de Cherburgo” (¿la canción más versionada de la historia?). En inglés se llamó “I Wil wait for you”. No pude quitármela de la cabeza hasta que por fin entendí que con esa canción debía escribir una novela. Y así surgió “Entre el esperpento y el escalofrío”. De hecho, si al terminar de leer la novela escucháis esa versión de Connie Francis, tendréis la sensación física de estar junto a los personajes de esa última página. Os lo garantizo.

Os dejo el video de esos dos últimos minutos del capítulo de Futurama.




miércoles, 20 de mayo de 2015

EL ABORTO DEL INFIERNO

El aborto del infierno halló acomodo fácil en la tierra. Ser vil y ladino. Principio del mal que se alimenta de tu alma. Destructor de toda esperanza. Ladrón de ilusiones. Embaucador de inocentes, ignorantes e idiotas. Aun así, se presentará  a las próximas elecciones y volverá a salir elegido.

domingo, 17 de mayo de 2015

EL VIEJO ARTILUGIO- crónicas del pueblo de San Gabriel anteriores a 1936

Rosalba  tenía dos años cuando entendió que aquel viejo artilugio al que nadie hacía caso, y que servía casi exclusivamente como soporte del enorme jarrón diocechesco, era un piano. Un día observó cómo su padre se sentaba en la butaca y miraba fijamente la oscura tapa. Don Esteban permaneció inmóvil durante varios minutos sin apartar la vista del instrumento. Era como si estuviera viendo reflejado en él no su rostro, prematuramente envejecido por las desgracias recientes, sino la alegría de un pasado no demasiado lejano que había sido bruscamente interrumpida por los caprichos de un destino que no terminaba de aceptar. Rosalba  lo observaba  sin entender lo que sucedía. De pronto,  algo que no sabía ni podía interpretar la impulsó a avanzar hacia su padre. Ni siquiera el golpe seco de la pequeña cayendo al suelo desde la butaca distrajo a don Esteban de sus pensamientos. Sus manos, cansadas e indecisas, se alzaron para levantar la tapa. Ésta no se resistió a pesar de los dos años transcurridos desde que se cerrara por última vez. Las teclas brillaban como si se alegrasen de ser visitadas de nuevo. Don Esteban respiró emocionado. Sus dedos se posaron tímidos sobre ellas pero no se atrevió a presionar. Era pedir demasiado, tanto que empezó a llorar en silencio, y aunque hizo esfuerzos por detener sus lágrimas, cuanto más lo intentaba, con más intensidad brotaban. Habían sido retenidas demasiado tiempo y ahora no iban a detenerse tan fácilmente.
 Fue entonces cuando notó que le tocaban la pierna. Rosalba, después de varios traspiés y algunos vaivenes había llegado hasta su padre. Tras ese pequeño pero costoso triunfo reclamaba su atención. Él la miró y entonces, de inmediato, sus lágrimas abandonaron su tristeza para transformarse en motivo de dicha,  y sonrió, como nunca lo había hecho, porque en el rostro de Rosalba, en sus ojos negros, en su nariz pequeña, en su  boca abierta y balbuceante sólo veía a su difunta esposa. Muchos le habían manifestado ya su asombro ante el parecido entre madre e hija pero él no había querido reconocerlo nunca. Ahora era imposible negar la evidencia. Una evidencia maravillosa, pensaba.
 Las manitas en alto de Rosalba se movían nerviosas pidiendo ser alzada por su padre, que la sentó sobre sus muslos.  La inicial curiosidad de Rosalba se convirtió en alegría sorprendente cuando vio las teclas. Quería acercarse más, quería tocarlas.
-¿Te gusta?, es el piano de mamá.
Ante la insistencia de su hija, don Esteban le cogió una mano y se la acercó al instrumento. Rosalba presionó pero nada ocurrió. Era demasiado débil todavía para llegar hasta el fondo. Al ver la decepción en su carita, su padre la ayudó a tocar con su mano. La niña quedó con los ojos como platos al oír el sonido del piano. Su primera nota: un do tan nítido y limpio que sorprendió incluso a don Esteban. ¿Cómo era posible que no estuviera desafinado después de tanto tiempo? Tras la impresión inicial, su hija rió y batió las palmas. Quería más, pero esta vez quería hacerlo sola. Su siguiente nota fue un mi, después un sol y por último un do, y volvió a reír. Pero don Esteban no reía, miraba  estupefacto a su hija. No podía salir de su asombro pues había tocado un arpegio. Por sí sola había intuido la correlación natural de sus notas. Y reía Rosalba, no paraba de reír, y fueron sus risas las que devolvieron a su padre a la realidad, las que le devolvieron a la vida, y por primera vez desde que naciera,  padre e hija se fundieron en un abrazo.

Fue entonces cuando Rosalba supo que aquel viejo artilugio que deambulaba sin rumbo fijo y cabizbajo por la casa con sus pensamientos e ilusiones perdidas era su padre.

miércoles, 13 de mayo de 2015

EL COMISARIO TRÁPAGA (reflexión literaria)

El comisario Trápaga nació en un pequeño rincón de mi mente; ese rincón que me animaba siempre a rebelarme y al que tan poco caso hago. Quizás por eso lo creé, quizás por eso nació, para tranquilizar mi mente pequeño-burguesa. Él protesta por mí, o se rebela, si hace falta, en mi lugar; y, desde luego, suelta todas las palabrotas que yo no puedo ni pensar en mencionar. ¿Qué hay en él que no sea mío? Su físico, pero no por atlético, sino por deteriorado. Espera, que yo tampoco soy un portento del atletismo (nada más lejos). Trápaga me recuerda lo que no quiero ser físicamente, porque ¿quién desea que le pasen los años y le vaya pesando el alma? Es un cincuentón y siempre lo será.

Tampoco tengo de él su escasa capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos. Busca la paz en su familia y lo cierto es que tiene mucha suerte en contar con una esposa tan comprensiva. No lo lleva tan bien con sus hijas que, en cuanto llegan a la adolescencia siente que las ha perdido, pero no por ellas, sino por su mínima capacidad para el consenso; lo suyo es dar órdenes, ser el líder solitario de su vida. Es un poco contradictorio, estoy de acuerdo, pero él es así.

A veces pienso que es real, que existe, que vivió todos esos casos, resolviendo la mayoría y maldiciendo los que se le resistieron. Sueño con conocerle y decirle que he escrito unas cuantas novelas con él de protagonista. Cuando me lo imagino, siempre lo hago con el rostro del actor (ya fallecido) Juan Luis Galiardo, cuyo trabajo admiro profundamente. Todo el proceso creativo me resulta más fácil con él en mente.

Los que le conocen me preguntan si en realidad yo soy el comisario Trápaga. Les contesto que no, pero que me gustaría.



domingo, 10 de mayo de 2015

ÚNICO TESTIGO (relato policial)

-¿Pero me estás diciendo eso en serio, Trápaga?- le preguntó el fiscal convencido de que el comisario le estaba tomando el pelo.
-Que sí, leches, que te lo digo en serio. ¿Puedo o no puedo llevarlo como testigo a un juicio?
El fiscal  le miró con la sonrisa de quien se siente engañado.
-¿Es una cámara oculta?, ¿es eso?
-¿Pero qué cámara oculta ni que cojones fritos?
-Por dios, Manuel, que no puedes estar en serio.
Si el fiscal había apelado al nombre de pila del comisario, muy graves debía de ser la cosa.
-Que sí, que es mi único testigo, que lo vio todo.
-Pues no puedes llevarlo.
-¿Pero por qué?
-Porque es un loro, joder, que estamos hablando de un loro.
-Sí, un loro que estaba en la habitación donde asesinaron a esa pobre mujer.
-¿Pero de verdad esta conversación está teniendo lugar?- el fiscal se pasaba la mano por su calva buscando el sosiego que había perdido con el comisario- ¿Y qué coño le pregunto a un loro?
-Pues tus jodidas preguntas de fiscal, como haces siempre.
-Ya, y el loro me contesta, ¿no?
-Joder, los loros hablan, ¿por qué no iba a hablar este?

Pues precisamente este no hablaba. Por supuesto, el fiscal dio por zanjada la discusión largándose de su propio despacho, quitándose así de vista al comisario. Trápaga, por su parte, hubo de acudir a un especialista con su loro mudo.

-Verá usted- empezó a explicarle el veterinario-, cuando un loro no habla puede ser por varios motivos. Quizás no esté recibiendo el cariño que debiera. ¿Quiere usted a su loro?
Trápaga arrugó el rostro para mostrar su más absoluta repulsa.
-¿Cómo voy a querer yo a un loro?, vamos, hombre, no diga memeces.
-¿Lo ve usted? Así tiene al pobre animal.
-Que no, cojones, que el puto loro lo tengo desde la semana pasada, que no es eso.
Al comisario no había que apretarle mucho para que empezara a gritar. No obstante, esto no pareció impresionar al veterinario.
-Dice usted que lo ha adoptado…
-No, yo no he dicho eso, lo que me faltaba. Lo he recogido. Estaba en la escena de un crimen y quiero que hable de una jodida vez para que testifique en un juicio.
El veterinario le miró buscando la broma en la expresión  de su cliente.
-¿En serio quiere hacer eso?
Trápaga miró a un lado para no perder los nervios.
-Pues no me digas más- continuó el veterinario-. Este loro ha sufrido un shock. Dice usted que presenció un crimen. Eso es lo que le ha hecho perder el habla.
-Pero el hambre no, ¿verdad?
-¿Cómo dice?
-Que el jodido no para de comer.
-Eso es la ansiedad.

Trápaga se fue de la consulta más soliviantado de lo que había entrado. No podía comprender que un loro, un animal, en definitiva, pudiera sufrir ansiedad.

-Sal tú a las calles a jugarte la vida y verás lo que es ansiedad- le decía al loro desde la silla de su despacho. Nunca antes en una comisaría había habido un loro. Tan renombrado fue que incluso vino una cadena de televisión.
-¿Cómo dice?- preguntó Trápaga al periodista como si le hablara a un chulo de la calle.
-Que si le ha puesto nombre al loro- le repitió intimidado.
-Sí, hombre, lo que faltaba, ponerle nombre. Se llama loro, y punto.

El loro pasó en comisaría los siguientes cinco años y a tenor del número de pipas que comía al día, la ansiedad parecía no querer desaparecer. Por alguna razón que el comisario no alcanzaba a comprender, le había cogido cariño al animal. Probablemente fuera porque sabía escuchar.

-Ay, loro, tú sí que me entiendes- solía decirle cuando iniciaba sus largos monólogos sobre sus casos de investigación o cuando había tenido una discusión con su mujer. El loro se limitaba a ladear la cabeza de un lado a otro y a escucharle en silencio. Hasta los delincuentes se habían encariñado con él.

Sin embargo, pocos casos como el de la dueña del loro se le habían atragantado tanto al comisario. No pasaba una semana sin que pensara en él, lo cual era lógico teniendo en cuenta la presencia del loro.

Un día de reflexión en estado puro, tuvo un impulso de esos con los que te reprochas no haberte dado cuenta antes de algo. Salió de su despacho sin despedirse del loro y no regresó hasta al cabo de un par de horas. Traía una caja de cartón. La abrió y empezó a sacar su contenido. El loro miraba con curiosidad desde su puesto. De pronto, hizo algo que no había hecho (al menos el comisario nunca lo había visto) en todos esos años: con un habilidoso brinco se posó en la mesa. En otras circunstancias, Trápaga le hubiera dado un buen trompazo por allanamiento de su espacio, pero ahora se limitó a observar con más curiosidad que el animal, si cabe.

El loro se acercó a la caja y batió las alas al tiempo que su cresta se erguía.

-Las reconoces, ¿eh? Son las pertenencias de tu legítima dueña. Nadie las reclamó. Increíble- murmuraba el comisario prendado de asombro ante la actitud de su amigo.- Vamos, dime algo, dame una señal.

Trápaga comprendió que debía colaborar sacando las cosas de la caja. Empezó a mostrarle fotografías que nunca le llevaron a una pista segura. Las pasaba una a una pensando que realmente se encontraba con el único testigo de un asesinato. Y entonces ocurrió. Justo en el momento en que el comisario le enseñaba la tercera fotografía el loro dilató sus pupilas y habló.




miércoles, 6 de mayo de 2015

EN AMAZON

Pues ya es una realidad: el nuevo caso del comisario Trápaga, "Entre el esperpento y el escalofrío", ya se puede adquirir en Amazon en los dos formatos.
En ebook al precio de 1.15 euros (el cortadito del bar)
En papel, en precio de promoción, 7.55 euros.

Os dejo un enlace con la página de Amazon donde podéis encontrar el libro y otro a mi propio blog con las primeras páginas de la novela.

Enlace a Amazon

Primeras páginas de "Entre el esperpento y el escalofrío"

domingo, 3 de mayo de 2015

LOS PRINCIPIOS DE LA ARQUITECTURA (relato apocalíptico)

Escenario: entrevista de trabajo.
Personajes:
Entrevistador:maduro, con experiencia, se balancea ligeramente en su silla de oficina.
Candidato: joven, recién salido de dos carreras y dos masters; visiblemente nervioso e incapaz de mirar a la cara del entrevistador.

Entrevistador: dígame, ¿en qué tres niveles pueden ser establecidos los principios de la arquitectura?
Candidato (desviando la vista al techo): umm...no lo sé.
Entrevistador: (sorprendido, casi incrédulo): pero usted es arquitecto, debería saberlo.
Candidato (se toma su tiempo para contestar): si me pone cuatro opciones y me dice que marque la correcta, se lo digo.