Considero que escribir comedia es todo un
reto. Es cierto eso que dicen por ahí que es más complicado hacer reír que
llorar. Así, con el nombre que lleva esta novela, puede dar la sensación de que nos encontramos ante algún tipo de
drama existencial. Nada más lejos de la realidad, pues “Los trenes perdidos” es
una comedia que a mí me gusta catalogar de deliciosa.
Es una comedia muy berlanguiana, pero del
primer Berlanga, el de blanco y negro, con muchos personajes, unos
encantadores, otros no tanto, pero todos envueltos en la misma trama de una u
otra forma, generando situaciones muy divertidas. Nobles, burgueses, anarquistas,
criados, militares, curas, caciques, padres, madres, hijos, novias; todos se
hacen su sitio en esta historia. Por supuesto, también dejo un pequeño espacio
para la reflexión, aunque prefiero que ese aspecto quede entre el lector y los
personajes.
Le tengo mucho cariño a esta comedia y al
lugar donde se desarrolla, el balneario de Alhama de Aragón, las Termas
Pallarés, un lugar, me permito decirlo, con encanto y muy agradable para el
reposo y la desconexión, aunque en verano (lógico) su clientela se multiplica
hasta un límite que no puedo soportar.
Recuerdo la primera vez que entré en el
famoso lago del balneario. Era invierno y creo recordar que abrieron el lago
como un favor a Esteban para que yo conociera el lugar, o estaba abierto y el
jardinero nos dejó pasar. Mi buen amigo Esteban Aranaz, sacerdote en aquel
tiempo de Alhama de Aragón y que comparte dedicatoria en esta novela con el
gran Sazatornil, me había invitado a Alhama tras haber hecho buenas migas
durante nuestro servicio militar. La personalidad de Esteban es realmente
magnética, podéis creerme, de modo que fui encantado.
Cuando pasé por el segundo arco de la
entrada, el que conduce al lago y vi el magnífico edificio que lo preside, creí
haberme transportado al siglo XIX o principios del veinte. Entonces los vi,
estaban ahí, lo juro, mis personajes: Inés, Lorenzo, el padre Gregorio, el
marqués, el conde Lotti…todos. Me saludaban a su manera cuando pasaba a su
lado. Ese mismo día, con tan solo una vuelta al lago, construí toda la trama, y
justo cuando finalizaba mi paseo, empecé a oír un pequeño traqueteo que al
principio me costó identificar.
Veréis, aquí en Canarias, no hay trenes.
Lo más parecido es el efectivo tranvía que recorre desde no hace mucho la
distancia entre Santa Cruz y la maravillosa ciudad de San Cristóbal de La
Laguna. La ausencia de trenes provocó en mí desde la infancia una
obsesión-adoración hacia ellos. Uno de mis sueños es poder tener el espacio
suficiente como para montar un tren de juguete como el que tenían los
protagonistas de Bicheltus (grande, Michael Keaton). Disfruto mucho cuando
viajo en tren en la Península o Europa.
Inmóvil, sin hacer mucho caso al frío
gélido de Aragón, empecé a identificar el sonido que se aproximaba. Cuál sería
mi alegría al ver pasar un tren, un talgo creo que era. Música celestial. Ya
tenía el título de la novela, aunque, pare seros del todo sincero, “Los trenes
perdidos” fue primero un guión de cine.
No suelo describir a los personajes.
Considero que con la descripción física estoy poniendo barrotes a la
imaginación del lector. Sí que describo los caracteres; fundamental. Sin
embargo, en esta ocasión consideré necesario, obligatorio, diría, la
descripción física. Aunque cada lector es libre de formarse la imagen de los
personajes, yo acudí una vez más al cine para moldearlos.
Lorenzo cobró vida en el cuerpo de Jordi
Mollá; el padre Gregorio, José Sazatornil (maestro de maestros); el conde
Lotti, Alfred Molina; el marqués, Juan Luis Galiardo, por supuesto; el
anarquista, el insigne Agustín González y Gabino Diego en el cuerpo de su hijo
Juan Román. Siempre me ayuda a escribir tener una imagen clara del personaje.
Por eso acudo siempre al cine, es una fuente inagotable en ese sentido, aunque
también me viene de la manía que tengo de buscarle parecido a todo el mundo con
algún actor/actriz de cine.
Aquí tenéis el balneario más o menos en la época
en la que se desarrolla la novela.
Y aquí el balneario en la actualidad, perfectamente conservado.
Su famoso lago. Lo que cuento en la novela aún sigue sucediendo. si estás un tiempo quieto en el lago verás que en unos pocos segundos tus piernas empezarán a ser mordidas por unos peces realmente pequeños. Es un hormigueo muy agradable.
Ese encanto especial de los trenes...Supongo que porque yo también me he criado en su ausencia. Este año lo cojo a diario, y, aunque suele ir a rebosar, pues pasa por el puro centro de Madrid a hora punta, siempre es una experiencia agradable.
ResponderEliminarEste libro llegué a leerlo en formato "manuscrito", ¿verdad?
Creo recordar que sí, pero es que han pasado años...
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