Editada en 2009 a través de E-Litterae,
supuso mi primera publicación. Os podéis imaginar mi alegría cuando recibí la
llamada de la editora comunicándome su interés en publicarla. No sé si tenéis
una idea de a cuántas puertas llamamos los escritores noveles para dar a
conocer nuestra obra. Incluso ahora, con tres publicaciones a mis espaldas, el
índice de rechazo editorial es elevadísimo. Es así, lo asumo. Precisamente esa
realidad es la que me impulsa a seguir escribiendo y a enviar originales a los editores.
Así que ya os podéis imaginar el subidón.
Además, “Clara dice” representaba (y representa) para mí una obra muy especial.
Hay mucho dolor en ella. Recuerdo como si fuera ayer el día en que se me
ocurrió escribirla. Andaba yo en Bath, al sur de Inglaterra. Recorrida con mimo
la ciudad en busca de café decente, determiné que el lugar donde lo ofrecían
con un sabor y textura menos desagradable era en la cafetería de Mark and
Spencer. Allí encaraba yo las escaleras mecánicas sin ofrecer un mísero vistazo
a las ropas propias del verano, ni siquiera
a las ofertas. Qué pillos, con la cafetería en la planta alta, el paso
por las distintas secciones se hacía obligatorio (estrategia usada, es cierto,
en la mayoría de almacenes que se precian a tener cafetería). Una vez obtenido
mi café aguado e insípido, me dedicaba a leer la prensa que podía pillar a
mano. Un día, alguien dejó el periódico local junto a la silla donde yo estaba.
Llamó poderosamente mi atención la noticia de una madre que buscaba respuestas
sobre el suicidio de su hija. Sin el verbo “rendirse” en su diccionario, halló
al fin a un internauta que se dedicaba a inducir al suicidio a los pobres
incautos, la mayoría adolescentes, que caían en sus manos. Era tan impactante
que tuve que leerlo varias veces. O sea, para que se entienda, que por ahí
andaba suelto un sujeto que disfrutaba convenciendo a los demás en internet
para que se suicidaran. Esa historia ya no me abandonó y en cuanto llegué a
casa empecé a escribir.
Pronto entendí que a la novela debía
aportarle un tono policíaco pues, de lo contrario, el drama y la tragedia
acabarían por abrumar al lector. Qué mejor condimento, pues, que el comisario
Trápaga. Este personaje me perseguirá toda mi vida. Concebido físicamente desde
el principio a imagen y semejanza del gran actor Juan Luis Galiardo (recordad la
influencia que el cine ejerce en mí), representa la persona que todo escritor
desea ser y no se atreve, al menos en mi caso. Un alter ego sin pelos en la
lengua, que no piensa lo que dice porque no teme sus consecuencias. ¿Os
imagináis una libertad así? En la vida real la prudencia y el sentido común obligan
a lo contrario, por supuesto; por eso adoro tanto a Trápaga.
Él es, sin duda, el hilo conductor de la
novela, con su lenguaje desmedido y su repulsión a las nuevas tecnologías; pero
él solo no me bastaba para enganchar al lector, para atraparlo. Necesitaba algo
más, algo que le diera ritmo y al mismo tiempo profundidad. Podéis suponer
dónde lo encontré: en el cine, claro está. ¿Y si añadía más de un punto de
vista a esta tragedia? ¿Y si me colocaba en el lugar de los protagonistas? Por
otro lado, y permitidme este pequeña reflexión,
¿Os habéis parado a pensar cuánto ha avanzado la humanidad plateando
cuestiones que empiezan por “Y si…”?
Ya tenía la estructura que buscaba. Tres
puntos de vista, tres mentalidades distintas, tres narradores aportando su
grano de arena para avanzar con agilidad hacia el desenlace. En mi modesta
opinión, se trata de un gran acierto en la novela y estoy muy orgulloso de
haberlo aplicado.
Muchas veces me preguntan cómo he sido
capaz de ponerme en la piel de la madre de Clara; cómo he sido capaz de
expresar los sentimientos de una madre por su hija fallecida. Cada vez que me
lo preguntan recuerdo aquella gran película que es “Mejor, imposible” pues al
escritor que encarnaba Jack Nicholson también se lo hacían. No voy a responder
aquí (ni en ningún lado) con la efectiva grosería que respondió él, entre otras
cosas porque no es mi caso. Lo cierto es que no sé bien cómo responder. Sé que
cuando me ponía en la piel de Beatriz expresando sus sentimientos y su particular
descenso a los abismos, era mi propio dolor por la muerte de un ser muy querido
el que estaba ahí. En cierto modo, fue como esa terapia que se recomienda al
principio de la novela.
Buenas tardes Carlos,
ResponderEliminarhemos leído tu libro CLARA DICE en nuestro Club de Lectura y nos gustaría poder conocerte y comentarlo contigo, no se si sería posible.
Un saludo
Por supuesto que sí, pero primero tengo que saber quiénes sois :)
EliminarDéjame un email al que escribirte. Si quieres déjamelo en el privado de mi Facebook. Mucha gracias.
Somos una libreria de Zamora y nos están pidiendo el libro Clara dice en un IES.
ResponderEliminar¿Cómo podemos conseguirlo?
Un saludo Tfno 639280071 Belarmino
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBuenas Carlos,¿ cómo definirías con 3 palabras tu propia obra de "Clara dice"?
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