domingo, 30 de octubre de 2016

LA LLAVE (relato)



Ramón se empeñó en que su hijo  Paquito, de cinco años,  sintiera la llamada de la música y no la del fútbol. Ramón, desde pequeño, se había enamorado de los instrumentos musicales y, ahora, pretendía que su hijo cayera bajo el mismo enamoramiento. Por eso, siempre que podía, se acercaba a su pequeño y, con una gran sonrisa, interpretaba alguna melodía animada en una flauta, una guitarra, un acordeón…No había nada que hacer. Paquito corría detrás de una pelota sin ni siquiera esperar al final de la canción, y tampoco era cuestión de hacer desaparecer todas las pelotas del mundo. Fue entonces  cuando Ramón oyó el consejo de su esposa.
                -Lo has estado haciendo mal desde el principio. Si quieres que nuestro hijo se sienta atraído por la interpretación has de despertar su curiosidad.
                Ramón pensó en ello durante un tiempo hasta que halló la solución, aunque para ponerla en marcha tuvo que pedir un crédito al banco.
                Cuando ese día su hijo llegó del colegio se encontró una especie de mueble negro enorme en medio del salón. Su padre le explicó que era un piano. Su hijo se aproximó con sigilo y empezó a inspeccionarlo. Recordaba haber visto algo similar en la tele, e incluso en el colegio había aporreado uno tan pequeño como su pies. Pero este piano enorme era diferente, pues por mucho que lo tocaba donde se suponía que debía sonar, nada sucedía. Comprendió entonces que las teclas estaban cubiertas por una tapa. La intentó abrir pero no lo consiguió. Interrogó a su padre con la mirada.
                -Es para mayores, tú no lo puedes tocar.
                Desde aquel día, el único propósito en la vida de Paquito fue el de encontrar la llave que cerraba esa tapa. Un día, después de mucho buscar, sus ojos se agrandaron e iluminaron con la luz que provoca los grandes hallazgos.

jueves, 27 de octubre de 2016



Eh, pssst, tú, el del perro, espera, que quiero decirte algo.
¿Te has cuestionado alguna vez tu irresponsabilidad al pasear a tu perro potencialmente peligroso suelto y sin bozal?
¿Te gusta saltarte las normas? ¿Eres de esos que piensa que se hicieron para no cumplirlas?
¿Me vas a decir que tu perro no hace nunca nada? Con ese argumento ya sé con qué clase de persona estoy hablando.
Nunca pasa nada hasta que pasa. ¿No lo sabes? ¿De verdad que no lo sabes?
¿Sientes algo especial, algo cool, al llevarlo suelto?
Es que lo tengo encerrado todo el día en el piso.
¿Te vas a seguir delatando con tus argumentos? ¿Para eso tienes un perro?, ¿para que se desespere todo el día en un piso de sesenta metros cuadrados? Y luego me dices que tu perro no hace nada. Hasta que lo haga. No lo dudes.
No te gustan mis preguntas, no las entiendes, no llegas. Te ofendes. A mí no me gusta tu perro potencialmente peligroso suelto y sin bozal.
¿Te has parado a pensar, el pavor, el terror que les causa a los niños que tu perro se aproxime a ellos sin su dueño a la vista? ¿No has visto cómo tiemblan? No, qué vas a ver tú.
¿Por qué no dejas de mirar al móvil y te preocupas de los movimientos de tu querido animal?
Y ya de paso, recoge su mierda.

domingo, 23 de octubre de 2016

LAS VIEJAS TRADICIONES (relato)



Kala cumplió la vieja tradición familiar. Reunió todos los tréboles que pudo y los unió en un bello ramo. Su marido había muerto. Se había suicidado. Llevaban diez años casados. Tiempo en el que ella se había ido distanciando hasta comunicar al fin a su marido que ya no estaba enamorada. Le partió el corazón. Por mucho que le suplicó, ella le abandonó. Pudo haberla detenido, incluso pudo haberla encerrado en prisión, o torturado hasta la muerte, pero el dolor de su alma era tal ante su ruptura que se convirtió en un muerto viviente. Ya no atendía las labores de Estado y los generales que le habían ayudado a tomar el poder veinte años atrás nada pudieron hacer por evitar su suicidio.
Solo entonces, Kala hizo el ramo de tréboles. Su padre le había enseñado cuando era pequeña el significado de las plantas y flores que conocía, explicándole la vieja tradición de colocar ante la tumba de sus seres queridos la que más representara sus sentimientos. Kala llevaba desde niña guardando sus sentimientos ante el asesinato de su padre durante el golpe de Estado. Visitó la fosa común donde había visto enterrar a su padre junto a tantos otros asesinados veinte años atrás y depositó en ella con dulzura los tréboles, que en la vieja tradición de sus ancestros simbolizaban la venganza.

jueves, 20 de octubre de 2016

Muy feliz con la reseña que de "La extraordinaria historia de Juan Barreto" ha hecho Eduardo Heras para su blog de literatura "Algunos libros buenos"
http://algunoslibrosbuenos.com/la-extraordinaria-historia-juan-barreto

jueves, 13 de octubre de 2016

DI SIEMPRE LA VERDAD (relato)



Carlitos oyó cómo le llamaba su madre desde la cocina. En cierto, modo, esperaba la convocatoria y, además, con el tono de desconfianza que había sonado. Dejó la video consola y salió de su cuarto. En la cocina le esperaba la mirada interrogadora que se había imaginado en el corto trayecto del pasillo.
                -¿Se puede saber qué significa esta nota de tu tutor?
                -¿Qué nota?- preguntó con un disimulo poco afinado.
                -Esta de tu agenda-y la señaló con su índice, golpeando con vehemencia las palabras del tutor con la yema de su dedo- “Estimados padres de Carlos, pregúntenle a su hijo por qué no le he puesto hoy negativo en la clase de lengua”- leyó resaltando en especial la palabra “negativo”. Levantó la vista de la agenda para mirar con firmeza a su hijo- ¿Y bien?
                Carlitos se rascó la cabeza.
                -Pues no sé- dijo evitando mirar a su madre.
                -Pero algo habrá pasado, ¿no?
                -Sí, pero es que yo tampoco entiendo por qué no me ha puesto el negativo.
                -O sea, que reconoces que debía ponértelo.
                Carlitos apretó la boca ante la confesión indirecta que había hecho.
                -Sí, supongo.
                -¿Supones?
                -Es que todos habían leído la redacción sobre fantasía que había marcado para hacer en casa y cuando me pidió que leyera la mía le dije que no la tenía, que me había sido imposible traerla.
                Carlitos bajó la cabeza y quedó en silencio. Su madre volvió a leer la nota, aún más confusa todavía.
                -Pues no lo entiendo- concluyó al fin- ¿Seguro que fue eso?-su hijo asintió-No me cuadra. A ver, cuéntamelo exactamente como ocurrió; no te de dejes ni un solo detalle. Venga- le animó.
                -Bueno, pues me tocaba a mí leer mi redacción y le dije que no la tenía. Me preguntó por qué y yo le dije que en realidad sí que la había hecho, lo que pasa que de camino a la escuela un perro me la había quitado. Sí, la iba leyendo por la calle, tan contento había quedado con la redacción, que cuando me di cuenta, un perro enorme me la había arrancado de las manos. Le seguí, pero corría mucho. Se metió en un callejón. Me dio miedo pero le seguí. Era mi redacción y la quería recuperar. El perro llegó hasta su dueño, un vagabundo de muy mal aspecto. Estaba leyendo la redacción cuando llegué a su lado. Me preguntó de dónde la había sacado y le dije que la había escrito yo. Me miró desconfiando hasta que el  al fin me sonrió y me dijo que le siguiera. Sí, ya sé que me has dicho que no haga eso nunca, pero es que tenía mi redacción. El vagabundo maloliente apartó los cubos de basura y abrió una especie de puerta secreta que solo él podía ver. Me señaló desde la puerta y entré. Caminamos no sé cuánto tiempo por un pasillo iluminado con antorchas. Yo no apartaba la vista de la mano de aquel hombre que llevaba mi redacción. No quería que me pusieran negativo. Claramente. Por fin llegamos a una gran puerta que daba a un valle esplendoroso. La luz me cegó durante un momento pero cuando pude ver bien, una enorme águila me miraba fijamente. El vagabundo le puso mi redacción frente a los ojos y la leyó. El águila me miró sorprendida. “Llévale ante la reina” le ordenó el vagabundo. El águila apretó con su pico mi redacción y sin pedirme permiso me cogió con sus garras y levantó vuelo. Volamos y volamos hasta que llegamos a un castillo que estaba en lo alto de una montaña. La reina resultó ser una niña de mi edad que quedó muy contenta con mi redacción. “Es muy linda”, me dijo. “Es tan linda que no puedo dejar que te la lleves. Soy la reina de todos los escritos hermosos. Tengo repartidos a mis súbditos por todos los mundos conocidos y por conocer en busca de redacciones como la tuya. Pero no estés triste. A cambio, te dejaré que te lleves lo que quieras de mi reino. El lugar era bonito y estaba llena de cosas increíbles, pero yo lo tenía claro: le pedí que me diera un beso. Era una niña muy bonita. Creo que se sorprendió un poco pero luego sonrió y me dio el beso. Después fue hacer el camino al revés, aunque esta vez volví en el lomo del águila. La vista era espectacular. El vagabundo me llevó de nuevo al callejón y nos despedimos. También acaricié el perro, que ya no me daba miedo. Cuando llegué al colegio era un poco tarde, no tenía mi redacción pero todavía sentía el beso de la reina en mi cara. Y eso le dije al tutor. Me sonrió como lo estás haciendo tú ahora, me dijo que me sentara y no me puso el negativo.
                En efecto, la madre de Carlitos sonreía sin poder disimular su sorpresa. Extendió los brazos y movió los dedos en señal de reclamo. Su hijo se le acercó y se abrazaron. Carlitos regresó a su cuarto y se sentó frente a la video consola. Antes de reanudar el juego suspiró y se acarició suavemente la mejilla.

domingo, 9 de octubre de 2016



 Eh, pssst, tú, sí, tú, conductor/ra que te pegas detrás de mi coche a 120 kilómetros por hora en el carril izquierdo de la autopista, me gustaría decirte algo.
Quisiera ponerme en tu piel.
Quisiera entrar en tu cerebro unineuronal. Allí estamos bien los dos. Hay sitio de sobra.
Quisiera llegar a entender por qué pones en peligro mi vida y la de tantos otros, porque eres reincidente. Ya lo creo.
Quisiera poder comprender por qué ese carril es tuyo y de nadie más.
¿De verdad eras tan simple?
¿De verdad no lo ves?
¿Te sientes más fuerte, más importante, más poderoso colocándote a menos de un metro de mi coche?
Tienes tu propio lenguaje, ¿verdad?
Me adviertes con tus luces desde lejos que el carril es tuyo, que no tengo derecho a circular por él al máximo de la velocidad reglamentaria.
Tú quieres ir más rápido. Necesitas amortizar los cinco años que tardarás en pagar tu coche. Las letras lo valen.
Veo tu única neurona y te imagino con familia.
Imagino los valores que les enseñas, o que compartes.
Además, te enfadas porque no me quito.
Imagino que me insultas. Tienes un buen repertorio. De eso sí. Para eso sí.
Yo te sonrío por el espejo retrovisor.
No me quito.
Te hago sufrir un rato.
Hasta que te rindes y ralentizas.
Te alejas un metro, dos.
Ya casi estás, campeón.
Tres metros.
Ahora ya me quito.
Me adelantas y me pones tu cara más furiosa, esa que pones a cada momento, porque te imagino así de sociable, y con familia.
Sigue tu camino, ser unineuronal.
Que no mates a nadie.