lunes, 30 de mayo de 2016



El otro día fuimos a centro comercial. No me gusta pero no nos queda otra si queremos ir al cine. Fuimos testigos y, en cierto modo, protagonistas, de un hecho que nos dejó helados. Cuando llegamos a la escalera mecánica había un niño de unos tres años, no creo que llegara a esa edad, jugando a que no le atrapara el primer peldaño que aparece en la cinta. Ya sabemos lo hipnotizados que quedan los niños con ese fenómeno. Justo antes de llegar nosotros, el niño calculó mal y subió al peldaño. Los que estábamos delante y detrás de él nos preguntábamos de quién era ese niño, porque estaba solo.
Cuando llegó arriba, la criatura miraba confundida a todo el mundo. Le cogí de la mano y le dije que le iba a llevar con mamá. Bajamos en la escalera mecánica y cuando llegó al suelo corrió hacia su padre, que estaba en una silla atendiendo a su móvil. Me acerqué a él y le dije “mira, el niño había llegado él solo hasta arriba”. Mi tono mezclaba asombro y reproche. El tío me miró y repitió “llegó hasta arriba”, con tono de “no me toques los cojones que estoy con mi móvil”. Me alejé de ellos viendo cómo el padre seguía con el móvil mientras el niño reclamaba su atención.
Me quedé con las ganas de darle un cursillo rápido e intenso sobre la paternidad, pero me di cuenta de que no valía la pena; ese hombre no llegaba a más. Entonces, pensé en la vida que le iba esperar a ese niño y bajé la cabeza.
La escalera mecánica me alejó de aquel triste escenario rumbo a uno más alegre, el cine, aunque la alegría me duró justo hasta que la cajera me dijo el precio de la entrada. Quise dar otro cursillo rápido e intenso sobre la ley de la oferta y la demanda, pero me dije “Carlos, deja para Navidad lo de ser un grinch”

jueves, 26 de mayo de 2016

FUNESTA FANTASÍA (relato)



Manuelín y sus amigos llegaron al árbol. No hacía mucho que habían descubierto un roble magnífico con un agujero en su corteza. Manuelín no se lo pensó dos veces. “Voy a entrar”, dijo a sus amigos, “a lo mejor llego a un mundo paralelo, como en Narnia”.  “Pero en Narnia era un armario”, aclaró uno de los del grupo. “Qué más da eso, el caso es que es un agujero y voy a entrar”.
Entró pero ya no se le vio más. Los amigos gritaron al cabo de unos minutos pues Manuelín no daba señales de vida. Asustados, avisaron a los adultos que, incapaces de entrar, llamaron a la policía, que, incapaces de entrar, llamaron a los bomberos, que, incapaces de entrar, llamaron al equipo de rescate de la Guardia Civil, que, incapaces de entrar, llamaron a los mineros asturianos para que dinamitaran el árbol centenario.
“Alto”, señaló el padre de Manuelín, compungido, si dinamitáis el árbol puede que mi hijo no regrese nunca de ese mundo paralelo.
Cataboooom. El árbol se hizo añicos, pero no encontraron más agujero que el cráter que dejó la explosión.
Con el tiempo, todos se fueron olvidando de Manuelín y su mundo paralelo. Todos, menos sus padres.

domingo, 22 de mayo de 2016

DETRÁS DE UN CLIC



Y no de un clic de playmóbil, sino del clic de un ratón. Cuando empezó esto de internet los profesores alucinamos con los magníficos trabajos que podían hacer los alumnos. Una herramienta que nunca estuvo a nuestro alcance. Al principio, yo creo que por la novedad, nos dejamos engañar bien con los primeros trabajos; luego, nos dimos cuenta de que nuestros pupilos simplemente se limitaban a copiar y pegar con el ratón de sus ordenadores. Nuestro gozo en un pozo. El mecanismo del copia-pega ha sido tal que volvimos a pedir los trabajos a mano, que al menos leyeran al copiarlo. Volver al pasado. Un fracaso; eso sí, las fotos y gráficos muy bonitos. Total, a lo que voy, creo que hoy en día las nuevas generaciones no tienen ni idea de lo que hay detrás de un clic, esto es, el esfuerzo. Eso es lo que nos ha robado la informática, el esfuerzo. Un robo que incluso puede estar repercutiendo en la forma de entender la vida. La generación sin esfuerzo. Me atrevería a añadir, incluso, que podría estar dañando al talento de los chicos.

jueves, 19 de mayo de 2016

viernes, 13 de mayo de 2016

Nota para mi secretario: redacta un comunicado en el que quede bien clara nuestra oposición, por inmoral, al acuerdo que La Unión Europea ha firmado con Turquía sobre los refugiados sirios.

Nota para mi jefe: señor, he apuntado su nota pero estoy en la obligación de recordarle que nuestra empresa con decenas  de miles de empleados deslocalizados por el tercer mundo depende de nuestra relación con La Unión.

Nota para mi secretario: bueno, mira a ver qué se te ocurre, y deja de comprar ese café del mercado, que me da una acidez que parece que reviento.



domingo, 8 de mayo de 2016

Estoy leyendo la trilogía autobiográfica de Arturo Barea. Una maravilla. En el segundo libro habla de su servicio militar (de tres años) en el Marruecos español de los años veinte. Hace una descripción espeluznante del funcionamiento y estructuras del ejército español. Yo hice el servicio militar unos setenta años más tarde, pero en mi tierra, en Tenerife (fui de los últimos idiotas que lo hizo), y mientras leo la descripción de Barea no puedo evitar pensar que esos mismos males y defectos, o al menos unos cuantos de ellos, los viví y sufrí  yo también. ¡Setenta años más tarde!

jueves, 5 de mayo de 2016

DESCOMPENSADO (relato)

Hay en España un pueblo que ostenta el record de ser el menos visitado del país, y no es porque no sea hermoso o tenga un clima imposible. No, parece que se trata de una cuestión de carácter. Dicen que todo empezó hace mucho tiempo, en la parroquia del lugar. Detrás del altar lucían con orgullo dos cuadros de gran formato. A un lado, Adán y Eva se mostraban en todo el esplendor de su desnudez mientras el diablo les tentaba con la conocida manzana; en el otro lado, Caín mataba a Abel con una violencia pocas veces representada en un lienzo. Costumbre era que los feligreses entretuvieran sus mentes en aquellas obras mientras el cura oficiaba misa.
Un día, todo comienza un día, una feligresa, probablemente muy aburrida y sola, empezó a sentir una aversión profunda hacia la desnudez vergonzosa, a su parecer, de los primeros pecadores del mundo. Décadas hacía que ambos cuadros adornaban el altar y nunca antes se había recibido una queja como aquella. La señora en cuestión no solo insistió, sino que contagió a todos con su desprecio por el cuadro pecaminoso. Lujuria y solo lujuria pasaron a ver los ojos de los feligreses. Tanta veían que amenazaron al cura con que no irían más por la iglesia mientras ese símbolo de la desvergüenza continuara expuesto. Sin ánimo alguno de perder asistentes, el sacerdote obedeció, contradiciendo así  a su propio criterio.
Todos respiraron tranquilos ante la ausencia de los desnudos culpables y concentraron, a partir de entonces, sus miradas en la pintura de aquel desgraciado que mataba con saña a su hermano. Odio, recelo, envidia, suspicacia, violencia, furia…Sí, eso es lo que aquellas mentes puritanas han visto hasta el día de hoy durante la celebración de la misa.

domingo, 1 de mayo de 2016

ASÍ EMPIEZA LA NOVELA QUE ESCRIBO EN ESTOS MOMENTOS

La puerta chirrió. Siempre chirriaba. El comisario Trápaga sonrió. La primera vez que la había abierto, treinta años atrás, también la puerta  se había lamentado como un gato en celo. Tres décadas. Demasiado tiempo, demasiados casos y, sin embargo, nunca había olvidado aquella vieja biblioteca, aquella ciudad tan lejos de su amada Madrid. No supo si sorprenderse al ver que en todo aquel tiempo no habían cambiado la cerradura ni instalado cámaras. Era como si hubiera regresado, no solo a la ciudad, sino también a los años ochenta. Años inclementes para todos. Por otro lado, ¿quién iba a querer robar en una biblioteca pública? Sonrió. Sí, las cosas no habían cambiado. Entró.
            Encendió su vieja linterna. Le había acompañado tanto como su pistola. Luz y fuego. Vida y muerte. El surtido de libros no había crecido demasiado en treinta años. Pocas estanterías se habían añadido, al menos no las suficientes para hacer dudar al comisario de su propia memoria. Conocía el camino perfectamente. Él había estado presente, solo él, sin testigos. No sabía qué le producía más grima, si los recuerdos del lugar o la acumulación de libros. Detestaba leer. Su horizonte cultural no iba más allá de los diarios deportivos. Por eso, recorriendo aquellos pasillos se sentía rodeado de enemigos.