No éramos
especialmente temibles pero, como pandilla de barrio, estábamos muy unidos. Por
su puesto, nuestro territorio era sagrado y lo defendíamos a pedradas. Recuerdo
una batalla en especial contra los de la plaza Duggi. Perdimos y nuestro
territorio quedó ubicado de la plaza para abajo. Éramos unos quince y yo
ejercía, más o menos, de conciencia del grupo, de Pepito grillo. Siempre ponía
alguna pega física o ética, sobre todo física, a lo que estuviéramos planeando,
pero nunca me hacían caso. Eso no significa que yo no participara en, vamos a
llamarlas, esas trastadas. Éramos, sobre todo, ruidosos y, en general, no
teníamos muy mala idea. Rompimos cristales, dimos balonazos, accidentales, todo
hay que decirlo, a algunos peatones y tiramos petardos, incluso contra los
coches que pasaban. Vamos, lo normal. Lo más coñazo de la pandilla es que el
líder siempre estaba con los jodidos retos, que si hacemos esto y que si
subimos esta verja, que si le tiramos piedras al perro, que si tocamos timbres
y salimos corriendo. Qué pereza.
Una de las cosas que
más me gustaba era colarnos en el cine. Aquí, en mi tierra, existía hasta hace
unos años, la mala costumbre de poner intermedios en los cines. En mitad de la
película, sin aviso ni nada, la cortaban en seco. Era muy desagradable. Los
espectadores salían, entonces, de la sala para comprar provisiones en la
cafetería, momento en el que aprovechábamos nosotros para colarnos. ¿Cómo iba a
recordar el acomodador todas las caras que habían entrado al principio? Y
aunque reclamaran la mitad del ticket para volver a entrar, muchos lo perdían o
lo tiraban, lo que favorecía siempre nuestra coartada. No recuerdo la cantidad
de películas de las que vi su segunda mitad, en especial en verano, pero fueron
muchas. Teníamos cuidado de no entrar con la sala llena, eso sí.
Y entonces sucedió.
Cada vez que salía de
una película en la que me había colado, dedicaba el resto del día a imaginar
cómo sería su primera mitad. ¿Cómo habrían llegado los personajes al punto
donde yo empezaba a verla? Mi imaginación se disparó. A veces, pagaba por ver
la película entera para ver si yo había acertado con la trama de esa primera
mitad. De este modo, el cine, siempre el cine, contribuyó poderosamente a que
quisiera convertirme en escritor. Y en eso sigo, imaginándome historias, pero
enteras, no por mitades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario