domingo, 6 de agosto de 2017



Hay occidentales que defienden el uso del burka dentro del respeto hacia las distintas culturas.
No soy uno de ellos puesto que no considero el burka como componente cultural de nada salvo  de la opresión, el anquilosamiento, la limitación de movimientos, la pérdida de libertad, la negación como persona, tomando, además, a Dios como excusa o argumento. Así las quieren quienes defienden el burka,  y no creo que haya excepciones.
El otro día fuimos a ver Wonder Woman. Película meramente entretenida con alguna escena notable. El film está lleno, como es obvio, de reivindicaciones por la igualdad entre sexos, algunos muy claros, otros más sutiles. Me quedo con los sutiles. Tiene que ver con el Burka.
Cuando llegan a Londres, la protagonista ha de buscar ropa apropiada porque la que lleva de amazona como que desentona un poco en 1918. En la tienda se prueba infinidad de vestidos y con todos le pasa lo mismo: se queja porque los vestidos le limitan los movimientos, porque la encierran, porque pierde su libertad, porque no se siente ella. Así hacíamos vestir a las mujeres en Europa hasta no hace mucho. Hemos avanzado con la igualdad, a medida, sobre todo, que no nos hemos creído a Dios como excusa o argumento. Queda camino, es cierto, lleno de obstáculos, uno de ellos, y grande, son los rezagados, los que interpretan que la libertad de la mujer, en este caso con la ropa, es una provocación. Esos continúan en la Edad de Piedra. Esos no son recuperables, me temo, y se siguen reproduciendo.

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