El humor es el mejor
barómetro de la libertad de expresión.
Se me ocurren un par
de cuestiones al respecto.
¿Sabemos reírnos de
nosotros mismos?
No, en general no. Hay
una variante muy extendida en España que es la de sabernos reír de nosotros
mismos mientras el chiste o la broma la hagamos nosotros mismos. Si la hace
otro, ya no nos hace tanta gracia.
¿Podemos reírnos de
todo?
Aquí es donde aparecen
las discrepancias más acentuadas. A medida que más medios tenemos para expresarnos,
más miedos (ambas palabras, miedos y medios se escriben con las mismas letras;
curioso) tenemos a hacerlo, y el humor es un claro síntoma. Hemos llegado a un
punto de temer ofender a todo dios y debemos hacer malabares para poder hacer
reír o para poder criticar u opinar. Es muy contradictorio, porque en vez de
avanzar en libertades, retrocedemos. Es como si nosotros mismos destruyéramos a
la propia democracia que nos permite
expresarnos libremente porque nos ofende todo.
Hay chistes que no lo
son, se miren por donde se miren y se cuenten a quien se cuenten. No es humor.
Pasan la línea y se convierten en barbaridades que, quizás, y solo quizás,
definan al autor.
Pero la mayoría del
humor no es más que la necesidad de reírnos de nosotros mismos, por lo que las
dos cuestiones anteriores se acoplan perfectamente.
Os pongo dos ejemplos:
en 1981 empezó a emitirse en España la maravillosa serie británica Fawlty
Tower. En ella, uno de los camareros era un inmigrante de Barcelona que hablaba
un inglés macarrónico y que siempre decía “¿qué?”, cada vez que le hablaban. En
el doblaje español lo convirtieron en italiano (y estamos hablando de 1981)
para no ofender a los españoles y, más en concreto, a los catalanes.
Precisamente, el doblaje resultó tan complicado al convertirlo en italiano que
TVE solo emitió la primera temporada. Años más tarde, la emitió la televisión
catalana entera pero, oh, el personaje de Manuel (así se llamaba este camarero
de Barcelona) se convirtió, por obra y gracia del doblaje, en mexicano.
Desde luego, era un
claro síntoma de lo que se nos venía con lo políticamente correcto.
El otro ejemplo es
Benny Hill. Recuerdo partirme de la risa cuando lo vi por primera vez, hace
muchos años, sobre todo la primera etapa (la segunda etapa evidenció una
decadencia en el humorista realmente penosa). Su humor era muy gráfico, muy
visual, muy de cine mudo, aunque añadiendo la sexualización de la mujer en
parte de sus sketches.
¿Alguna cadena se
atrevería a emitirlo ahora?
¿Ya no es humor o ya
no es políticamente correcto?
¿Antes no ofendía y
ahora sí?
¿Hemos cambiado tanto?
¿En qué sentido?
¿Ahora somos críticos
con lo que antes no lo éramos?
¿Éramos más burros
antes?
¿Antes sabíamos
reírnos de todo y ahora nos ofende todo?
¿Ya no sabemos
distinguir la línea entre el humor y la ofensa?
Estoy seguro de que
hay maravillosos y válidos argumentos para contestar estas preguntas, pero, aún
así, me seguiría preocupando el camino
que estamos cogiendo.
Por cierto, yo me sigo
riendo, y mucho, con la primera etapa de Benny Hill.
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