Reivindico el selfie
invasivo, pero con estilo, de buen rollito.
Esperábamos a que
empezara la película. La sala de cine no estaba muy concurrida, aunque en
nuestra fila había una familia de varios miembros. A la madre se le ocurrió
(qué ocurrente) sacarse una foto que testimoniara que toda la familia estaba en
el cine, de modo que posaron con una enorme (y sincera) sonrisa. Aunque
estábamos separados por varias butacas vacías, yo sabía que íbamos a salir en
el encuadre de esa foto, de modo que pensé, “si no puedo remediar salir en esa
foto familiar, pues me apunto a la fiesta”. Sí, ya lo sé, podía haber mirado al
otro lado, de modo que fotografiara me irresistible nuca, y ya está, pero eso
es lo que hacemos siempre y a mí, de vez en cuando, me gusta salirme de lo
previsible; de modo que miré a la cámara, puse una enorme sonrisa y saludé con
la mano. Como la autora de la foto
estaba pendiente de la sonrisa de los suyos, solo se dio cuenta de mi pose
cuando comprobó la foto. Lejos de enfadarse, enseñó la foto a los demás y me
sonrió de buen rollo. No sé, en ese momento, se había formado una especie de
buen ambiente, de camaradería instantánea solo con esa tontería, y pensé en lo
fácil que es estar todos en armonía, pero me da que, en general, o no lo
intentamos o, lo que es peor, lo hemos olvidado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario