lunes, 14 de agosto de 2017



Reivindico el selfie invasivo, pero con estilo, de buen rollito.
Esperábamos a que empezara la película. La sala de cine no estaba muy concurrida, aunque en nuestra fila había una familia de varios miembros. A la madre se le ocurrió (qué ocurrente) sacarse una foto que testimoniara que toda la familia estaba en el cine, de modo que posaron con una enorme (y sincera) sonrisa. Aunque estábamos separados por varias butacas vacías, yo sabía que íbamos a salir en el encuadre de esa foto, de modo que pensé, “si no puedo remediar salir en esa foto familiar, pues me apunto a la fiesta”. Sí, ya lo sé, podía haber mirado al otro lado, de modo que fotografiara me irresistible nuca, y ya está, pero eso es lo que hacemos siempre y a mí, de vez en cuando, me gusta salirme de lo previsible; de modo que miré a la cámara, puse una enorme sonrisa y saludé con la mano.  Como la autora de la foto estaba pendiente de la sonrisa de los suyos, solo se dio cuenta de mi pose cuando comprobó la foto. Lejos de enfadarse, enseñó la foto a los demás y me sonrió de buen rollo. No sé, en ese momento, se había formado una especie de buen ambiente, de camaradería instantánea solo con esa tontería, y pensé en lo fácil que es estar todos en armonía, pero me da que, en general, o no lo intentamos o, lo que es peor, lo hemos olvidado.

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