Luisito
se había perdido; quizás un descuido de sus padres, quizás un repentino impulso
por explorarlo todo, pero el caso es que se vio solo y comenzó a llorar
caminando sin rumbo de un lado a otro. Entonces los vio. Eran los dos demonios
que aparecían siempre en sus pesadillas, solo que ahora eran reales. Avanzaban
hacia él con los brazos abiertos, le gritaban mostrando sus fauces.
Descontrolado por el pánico, o guiado por él, corría cuanto le podían permitir
sus cortas piernas. Corría y lloraba desesperado llamando a su madre. Pero por
mucho que avanzaba, nada podía evitar que aquellos dos demonios le alcanzaran.
Cada vez más cerca. Ahí estaban los
seres con los que siempre le había amenazado su madre que se lo llevarían si se
portaba mal. Pero él no había sido malo, solo se había perdido. Su terror no le
permitió distinguir que cruzaba una carretera. Nada pudieron hacer los coches
por evitar su atropello, como tampoco pudieron reanimarle los dos policías que
habían corrido detrás de él desde que lo encontraran perdido por la ciudad.
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