domingo, 4 de octubre de 2015

LA PREGUNTA (relato sin giro final)

Gregorio llevaba años queriéndole hacer la misma pregunta a la estanquera. Como ser racional que era, ajeno a la religión e, incluso, a la superstición, se negaba a planteársela. Digamos que como ser inteligente que se consideraba, además de contar con un más que destacado bagaje cultural,  no debía hacerle esa pregunta. Sin embargo, ahí estaba ese runrún, día y noche, en su cabeza, en su conciencia. Su lucha interna la exteriorizaba paseándose delante del estanco al menos una vez al día; bien en su Audi último modelo, bien marcando estilo con sus trajes de Armani cuando lo hacía andando, pero nunca se atrevía. Durante años había puesto siempre en el estanco los mismos boletos: una apuesta de euromillón de martes y viernes y otra de una apuesta de la primitiva para jueves y viernes. Años con lo mismo, sin variar en lo más mínimo. Era imposible que él se hubiera equivocado al decírselo y, sin embargo, después de tantos años, ella cambió el euromillón por el gordo de la primitiva. Como hacía siempre, Gregorio guardó los boletos en su cartera y no los miró hasta el domingo, día en que comprobaba en internet su mala suerte. Su monumental enfado al ver que la estanquera no le había dado su euromillón dio paso al más incrédulo de los asombros al comprobar que había ganado la apuesta del gordo. Desde entonces había perdido todo sentido ir a poner ningún boleto al estanco, pero nació en sus entrañas aquella pregunta imborrable: ¿Se equivocó la estanquera adrede o sin querer?

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