miércoles, 15 de marzo de 2017

LOS DIBUJOS DE MARÍA (relato)



Arturo acudió al encuentro del tutor de su hija. Había solicitado una entrevista preocupado por su bajo rendimiento. Hablaron de las notas hasta que el tutor cambió de tema.
-Verá, su hija tiene un don.
Arturo torció el gesto.
-Si me va a soltar la estupidez esa de que mi hija ama dibujar mejor acabamos esta entrevista.
Poco más pudo hacer el tutor para convencerle de que el problema de María era la incomprensión e indiferencia que su padre mostraba siempre por los dibujos de su hija.
-Sin embargo, esa es la clave de todo- se atrevió a añadir.
 Alguien tan chapado a la antigua no podía asimilar que su falta de sensibilidad fuera la causante del bajo rendimiento de su hija  y no que esta se pasara el día dibujando.
Arturo entró hecho una furia en el dormitorio de su hija. María tembló pues adivinó sus intenciones.
-Dame tus dibujos-le ordeno-¡Que me des tus dibujos! ¡Ya!
En vista de que María había quedado paralizada, Arturo comenzó a revolver todo el cuarto. Dibujo que encontraba, dibujo que era confiscado. María lloraba y suplicaba pero era inútil. Arturo salió de la casa con docenas de papeles entre sus brazos. María, rota por el llanto, apoyó la cabeza en la ventana. Para su sorpresa, su padre no los tiró en los contenedores que había junto al edificio. Aun así, siguió llorando por cada uno de sus dibujos perdidos.
Unos cuantos kilómetros más lejos, un hombre fue sorprendido en su casa por un vendaval de forma humana.
-¿No suele usted llamar antes de entrar?
Arturo no contestó, se limitó a acercarse al hombre, que se sintió intimidado ante una mirada tan torva.
- ¿Es usted Claudio Mora?- el hombre asintió-. He sabido que es usted el mejor pintor del país.
-¿Y ha venido a recordármelo?
Arturo se limitó a abrir la carpeta que portaba consigo y extendió sobre la mesa los folios de su  interior.
-Dígame si estos dibujos son buenos. Venga, no se quede ahí parado, que tengo prisa.
El pintor le hizo caso y miró a los papeles. No tardó en quedar impresionado.
-¿Quién los ha hecho?- preguntó con interés.
-Mi hija.
-¿Cuántos años tiene?
-Doce.
El pintor le miró tratando de contener su emoción.
-¿En serio?, ¿doce?
-Sí, tengo aspecto de estar mintiendo.
-No, no.
-¿Es buena?
El pintor tardó unos segundos en contestar.
-¿Buena? Tiene usted un milagro en casa.
Cuando María regresó del colegio se encontró todos sus dibujos sobre la mesa. Lloró, pero de alegría, hasta que una voz la interrumpió.
-Hola- María se volvió asustada. En la puerta había un hombre al que nunca había visto-¿Eres María?- la niña asintió sin comprender. El hombre sonrió- Me llamo Claudio Mora. Tu padre me ha contratado para que te dé clases de pintura. Dice que ya es hora de que te pases al pincel.


No hay comentarios:

Publicar un comentario