domingo, 25 de septiembre de 2016

MALAS INFLUENCIAS (relato)



 Cuando le preguntaron a Alfredo lo que le gustaría ser, no lo dudó ni un segundo: bombero. Claro, que tenía seis años cuando lo dijo. Todos sus allegados sonrieron o pusieron la cara de asombro pelotillero que se les pone a los niños cuando abren la boca. Por aquello de promoverles la autoestima. Cuando le hicieron la misma pregunta diez años más tarde, sus allegados empezaron a preocuparse, porque la respuesta había sido la misma: bombero. Tenía que decidirse por la rama de bachillerato, camino irrevocable que determina tu futuro formativo, y él quería ser bombero.  Su tutor empleó toda la influencia que tenía sobre él para convencerle de que aquello estaba bien para un niño pero que no podía desperdiciar su talento en tonterías, ahora que había que ponerse serio. Utilizó también esa influencia sobre los padres de Alfredo, quienes convencieron, lo que en el lenguaje adulto ya sabemos que significa obligar, a su hijo para que cursara un bachillerato como dios manda.
                Y así hizo Alfredo. Aprobó el bachillerato con excelentes notas, lo mismo que su carrera universitaria. Consiguió un empleo en el que fue ascendiendo. La competencia se lo rifó como el mejor trabajador del sector. Fundó su propia empresa, dirigiéndola con presteza hacia el éxito. Cumplió con la especie trayendo tres hijos a este mundo. Fue un excelente marido y mejor padre. Su iniciativa y competencia le llevó a ser la persona más rica e influyente del país. Concedió muchas entrevistas a lo largo de su vida. En la última, siendo ya un anciano, el periodista le preguntó si había sido feliz.
                -La verdad es que no.
                El periodista simuló como pudo su asombro.
                -Pero si es usted una de las personas más ricas del mundo.
                Alfredo suspiró evidenciando su profundo estado de melancolía.
                -Ya, pero es que yo quería ser bombero.


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