Admitámoslo, la
mayoría de los hombres deseamos tener hijos para jugar al fútbol con ellos. Eso
es lo primero que aparece en la cabeza en cuanto sabemos que vamos a ser
padres. Abelardo no. Él quería tener una hija, y la razón era bien sencilla.
Disfrutaba imaginando cómo llamarían los chicos a su hija adolescente y cómo él
cogería el teléfono gastándoles todo tipo de bromas. Pondría voz de mafioso, o
de poli malo y les amenazaría con mil cosas, o las haría un interrogatorio de
tercer grado tratando de no estropearlo riéndose de su propia broma.
-¿De qué te ríes?- le
preguntó su mujer extrañada al ver la actitud de su marido con su hija recién
nacida en brazos.
-¿Eh? De nada, de
nada.
Quince años más tarde,
Abelardo cargaba sus ojos de cansada frustración mirando cómo su hija chateaba
alegremente con su móvil sentada en el sofá del salón.
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