jueves, 2 de junio de 2016

STEVENSON (relato)



Mario y Elena eran los únicos que quedaban. Aislados en aquella casa de la sierra, lo que había empezado como una fiesta de cumpleaños se había convertido en una matanza. Uno a uno habían sido asesinados los asistentes. Solo quedaban ellos dos. Se miraban tan aterrorizados como desconfiados; cada uno sabía de sí mismo que no era el asesino, pero nada podía afirmar del otro. Fueron tan convincentes en la defensa de su propia inocencia, que decidieron no separarse, intentar salir de la casa y buscar un lugar donde sus móviles tuvieran cobertura. El hecho de que el asesino tardara en manifestarse de nuevo intensificó la desconfianza entre los dos. Ninguno quería dormirse pero estaban agotados. Por mucho que se esforzaron, sus ojos acabaron cerrándose.
                Cuando Mario despertó Elena yacía a su lado con un corte profundo en el cuello. El joven lloró, gritó, golpeó cuanto estuvo a su alcance. Cuando la policía le encontró, tumbado en el césped de la casa,  Mario fue incapaz de ordenar sus ideas, de hacer un relato mínimamente coherente, tal era su estado de shock.
Como único superviviente, tuvo que someterse a un interrogatorio de la policía en comisaría.
                -Ya se lo he contado mil veces- contestaba desesperado, al borde del llanto, Mario, a aquel comisario que le miraba fijamente- Oiga, ¿es que no puedo ver a nadie? Quiero ver a mis padres. ¿Les han llamado?
                -Sí- le contestó el comisario Trápaga-. De hecho, están aquí- Mario respiró aliviado, aunque sin poder desprenderse de toda la tensión- Pero no quieren verte.
                Mario congeló sus facciones.
                -¿Cómo que no quieren verme? ¿Es que les ha dicho que he hecho esa barbaridad?
                El comisario enseñó la pequeña sonrisa que se usa cuando se tiene un as en la manga.
                -No, no les he dicho nada, te lo aseguro. Se limitaron a darme esto- y sacó un pequeño frasco de su bolsillo- ¿Te suena de algo? Me dijeron que lo encontraron en la basura de casa- le preguntó colocándolo a la altura de sus ojos. Mario tragó con dificultad- Cógelo, al fin y al cabo es tuyo.
                Mario lo cogió con temor. Era un frasco de medicina. Cuando leyó el nombre de las pastillas, dejó caer el frasco sobre la mesa y hundió horrorizado la cabeza en sus manos.
                -Dios mío, ¿qué he hecho?

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