Mario y Elena eran los
únicos que quedaban. Aislados en aquella casa de la sierra, lo que había
empezado como una fiesta de cumpleaños se había convertido en una matanza. Uno
a uno habían sido asesinados los asistentes. Solo quedaban ellos dos. Se
miraban tan aterrorizados como desconfiados; cada uno sabía de sí mismo que no
era el asesino, pero nada podía afirmar del otro. Fueron tan convincentes en la
defensa de su propia inocencia, que decidieron no separarse, intentar salir de
la casa y buscar un lugar donde sus móviles tuvieran cobertura. El hecho de que
el asesino tardara en manifestarse de nuevo intensificó la desconfianza entre
los dos. Ninguno quería dormirse pero estaban agotados. Por mucho que se
esforzaron, sus ojos acabaron cerrándose.
Cuando Mario despertó Elena
yacía a su lado con un corte profundo en el cuello. El joven lloró, gritó,
golpeó cuanto estuvo a su alcance. Cuando la policía le encontró, tumbado en el
césped de la casa, Mario fue incapaz de
ordenar sus ideas, de hacer un relato mínimamente coherente, tal era su estado
de shock.
Como único
superviviente, tuvo que someterse a un interrogatorio de la policía en
comisaría.
-Ya se lo he contado mil veces-
contestaba desesperado, al borde del llanto, Mario, a aquel comisario que le
miraba fijamente- Oiga, ¿es que no puedo ver a nadie? Quiero ver a mis padres.
¿Les han llamado?
-Sí- le contestó el comisario
Trápaga-. De hecho, están aquí- Mario respiró aliviado, aunque sin poder
desprenderse de toda la tensión- Pero no quieren verte.
Mario congeló sus facciones.
-¿Cómo que no quieren verme? ¿Es
que les ha dicho que he hecho esa barbaridad?
El comisario enseñó la pequeña
sonrisa que se usa cuando se tiene un as en la manga.
-No, no les he dicho nada, te lo
aseguro. Se limitaron a darme esto- y sacó un pequeño frasco de su bolsillo-
¿Te suena de algo? Me dijeron que lo encontraron en la basura de casa- le
preguntó colocándolo a la altura de sus ojos. Mario tragó con dificultad-
Cógelo, al fin y al cabo es tuyo.
Mario lo cogió con temor. Era un
frasco de medicina. Cuando leyó el nombre de las pastillas, dejó caer el frasco
sobre la mesa y hundió horrorizado la cabeza en sus manos.
-Dios mío, ¿qué he hecho?
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