Roberto vivía en un sin vivir. Era pura amargura; ni su mujer ni sus
hijos podían mantener dos palabras con él sin que se enrocara en su tormento.
Los amigos dejaron de llamarle, cerrando así la puerta a la vida social.
Un día, sin saber bien cómo, su mujer le convenció para que fuera a un
especialista. El psicólogo escuchó atentamente a Roberto y luego dictaminó.
“Me temo que tenga usted que desahogarse”
“¿Y cómo lo hago?”
“Pues verá, a mí me funciona un método: yo le llamo el santo remedio.
Es tan sencillo como añadir una coletilla a las causas de su aflicción”
“¿Qué coletilla”
“Y su puta madre”
“Oiga, ¿a qué viene eso?”
“No, no, esa es la coletilla: y su puta madre. Por ejemplo: el psicoanálisis y su puta madre.
¿Qué? ¿No ve cómo me ha cambiado el rostro? Más relajado, más fresco. Pruebe,
ya verá cómo le alivia.”
Roberto miró desconfiado al especialista, preguntándose si le estaría
tomando el pelo. Finalmente, se decidió a probar.
“Los recortes del gobierno y su puta madre”
No lo dijo con energía, más bien con timidez, pero algo notó, un ligero
cambio, como el inicio de una lucha por expulsar sus miedos.
“¿A que se ha sentido mejor?”
“Pues es verdad”, señaló con reconocido asombro.
“Pero le advierto de nuevo: solo le aliviará. La solución a sus
problemas está en otro sitio. Pruebe una vez más”
Ahora Roberto fue determinante.
“La reforma laboral y su puta madre”
La sonrisa le volvió al rostro. Era otro hombre, más fresco, más
decidido. Familia y amigos lo percibieron de inmediato.
“La reforma educativa y su puta madre”
Así iba y venía Roberto con su coletilla a todas partes, incluso antes
de dormir soltaba alguna frase acompañada por la receta del psicólogo.”La
corrupción y su puta madre”.
Cuando llegó el día de las elecciones y depositó su voto en el interior
de la urna, miró a la mesa con actitud firme y dijo:
“Mi voto es contra mi angustia y su puta madre”
No podía estar más contento. Santo remedio.
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