Victoriano siempre
hacía lo mismo cuando llegaba a la aduana: cogía su libro y lo leía indiferente
mientras los agentes de la dictadura registraban sus maletas. Así con cada una de
sus llegadas, y eran unas cuantas a lo largo del año. Siempre con un libro
distinto, pues era un gran lector. Luego, lo primero que hacía al llegar a
casa, antes incluso de saludar a su mujer e hijos, era colocar el libro en su
estante de honor mostrando una sonrisa victoriosa. Una nueva lectura prohibida
introducida en España delante de las narices del régimen.
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