jueves, 9 de junio de 2016

QUID PRO QUO (relato)



Todos conocimos la historia de Jimmy Stewart. Sí, se llamaba como el actor, aunque Jimmy era conocido por ser campeón de surf. No obstante, se le recuerda por algo muy diferente. Incluso hoy en día cuesta creerlo. Jimmy fue salvado por una tortuga de morir ahogado. Una de las olas le hizo caer, con la mala fortuna de ser golpeado en la cara por su propia tabla. Le gustaba entrenar muy de mañana por lo que no tenía ningún compañero cerca que le auxiliara. Sin conocimiento, hubiera perecido de no ser por una enorme tortuga que se colocó debajo de él y le acercó hasta la orilla. Allí sí le vieron llegar. Cuando se percataron de que la tabla sobre la que flotaba era una tortuga, la noticia dio la vuelta al mundo. Salvado por una tortuga.

Jimmy, callado de por sí, se volvió aún más taciturno; evitaba a la gente y mucho más las ruedas de prensa. A la gente podía obviarla, a las ruedas de prensa, por contratos publicitarios, no, y en todas y cada una de ellas siempre le preguntaban por la buena acción de la tortuga. Hasta que un día, en una de esas entrevistas, sucedió lo que Jimmy más temía. Uno de los periodistas se dio cuenta. “¿No eras tú el de ese documental de National Geographic? Sí, hace unos años, serías un crío”. Jimmy quiso negarlo, pero tras un largo silencio respondió. “Sí, era yo”. La historia de Jimmy volvía a dar la vuelta al mundo, aunque esta vez con más asombro si cabe. Todo el mundo buscó el documental en internet, las televisiones lo emitieron a todas horas. Los telediarios emitían el fragmento del documental donde aparecía Jimmy.

El padre de Jimmy era director de documentales. Alguno de sus mejores trabajos los había hecho para la National Geographic, tiempo atrás, cuando Jimmy no era más que un mocoso de ocho años. En uno de los rodajes se centró en el desove de las tortugas marinas. Cuando los huevos comenzaron a eclosionar y las pequeñas tortugas comenzaron su carrera hacia el mar, un ejército de aves llegó para comérselas. Eran presa fácil. En cuestión de minutos habían desaparecido más de la mitad de las crías. Fue entonces cuando, Jimmy, que estaba en el rodaje, roto por las lágrimas, corrió para espantar a las aves. Era inútil, no podía con todas. Más lloraba aún porque ningún miembro del equipo quería interferir en la obra de la naturaleza. Su padre se lo explicó, le contó que ellos nada podían ni debían hacer. Jimmy, ignorando la charla de su padre, se escapó de sus brazos y corrió, en un gesto desesperado de rabia, hasta la última tortuga que quedaba. La cogió y corrió al mar. Las aves se la disputaban salvajemente, agrediendo al intruso en la cabeza. Poco le importaba eso a Jimmy. Cuando llegó al mar, sumergió a la tortuga y no se fue hasta asegurarse de que la pequeña podía nadar a salvo. Las cámaras lo filmaron todo y su padre decidió incluirlo en el documental.

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