Todos conocimos la
historia de Jimmy Stewart. Sí, se llamaba como el actor, aunque Jimmy era
conocido por ser campeón de surf. No obstante, se le recuerda por algo muy
diferente. Incluso hoy en día cuesta creerlo. Jimmy fue salvado por una tortuga
de morir ahogado. Una de las olas le hizo caer, con la mala fortuna de ser
golpeado en la cara por su propia tabla. Le gustaba entrenar muy de mañana por
lo que no tenía ningún compañero cerca que le auxiliara. Sin conocimiento,
hubiera perecido de no ser por una enorme tortuga que se colocó debajo de él y
le acercó hasta la orilla. Allí sí le vieron llegar. Cuando se percataron de
que la tabla sobre la que flotaba era una tortuga, la noticia dio la vuelta al
mundo. Salvado por una tortuga.
Jimmy, callado de por
sí, se volvió aún más taciturno; evitaba a la gente y mucho más las ruedas de
prensa. A la gente podía obviarla, a las ruedas de prensa, por contratos
publicitarios, no, y en todas y cada una de ellas siempre le preguntaban por la
buena acción de la tortuga. Hasta que un día, en una de esas entrevistas,
sucedió lo que Jimmy más temía. Uno de los periodistas se dio cuenta. “¿No eras
tú el de ese documental de National Geographic? Sí, hace unos años, serías un
crío”. Jimmy quiso negarlo, pero tras un largo silencio respondió. “Sí, era
yo”. La historia de Jimmy volvía a dar la vuelta al mundo, aunque esta vez con
más asombro si cabe. Todo el mundo buscó el documental en internet, las
televisiones lo emitieron a todas horas. Los telediarios emitían el fragmento
del documental donde aparecía Jimmy.
El padre de Jimmy era
director de documentales. Alguno de sus mejores trabajos los había hecho para
la National Geographic, tiempo atrás, cuando Jimmy no era más que un mocoso de
ocho años. En uno de los rodajes se centró en el desove de las tortugas marinas.
Cuando los huevos comenzaron a eclosionar y las pequeñas tortugas comenzaron su
carrera hacia el mar, un ejército de aves llegó para comérselas. Eran presa
fácil. En cuestión de minutos habían desaparecido más de la mitad de las crías.
Fue entonces cuando, Jimmy, que estaba en el rodaje, roto por las lágrimas,
corrió para espantar a las aves. Era inútil, no podía con todas. Más lloraba
aún porque ningún miembro del equipo quería interferir en la obra de la
naturaleza. Su padre se lo explicó, le contó que ellos nada podían ni debían
hacer. Jimmy, ignorando la charla de su padre, se escapó de sus brazos y
corrió, en un gesto desesperado de rabia, hasta la última tortuga que quedaba.
La cogió y corrió al mar. Las aves se la disputaban salvajemente, agrediendo al
intruso en la cabeza. Poco le importaba eso a Jimmy. Cuando llegó al mar,
sumergió a la tortuga y no se fue hasta asegurarse de que la pequeña podía
nadar a salvo. Las cámaras lo filmaron todo y su padre decidió incluirlo en el
documental.
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