Se nos educa
para competir; se nos educa para ganar. Desde que entramos en el sistema
educativo, desde que entramos en cualquier categoría deportiva, desde que
entramos en cualquier disciplina artística, desde que entramos en el mundo
laboral. Ganar, ser el mejor, destacar. No aparece mucho la palabra compartir,
cooperar o solidarizarse.
No es nada
nuevo, pero nunca deja de sorprenderme, como lo que sucedió este fin de semana
en los juegos de la Commonwealth. Durante la maratón, el atleta que lo lideraba
perdió las fuerzas y se desvaneció; intentó levantarse pero no lo consiguió,
incluso se golpeó severamente contra la valla y quedó tendido en el suelo,
exhausto.
Aquí no hay una
historia de superación. El atleta no logró levantarse.
Aquí hay una
historia de vergüenza y de miseria humana. Nadie le ayuda, ni los motoristas de
la organización, ni los aficionados que se apoyan en la valla y que prefieren
grabarle en video o sacarle fotos antes que preocuparse por él.
Cuando llega el
atleta que iba segundo tampoco se para, ni le mira, le ignora, ganando así la
prueba.
Hay que ganar,
hay que llegar el primero, hay que destacar, hay que ser mejor que nadie.
Siempre recto, sin desviar la mirada de nuestro objetivo.
Es lo que hemos
mamado desde niños.
Es la base del
sistema.
Es la base de la
competitividad.
Es la base del
egoísmo.
Es la base de
todas las guerras.
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