jueves, 26 de enero de 2017

LAS DOS GRANDE FRASES QUE TODA PERSONA DEBE DECIR AL MENOS UNA VEZ EN LA VIDA (relato)



Hay dos grandes frases que siempre he querido decir: “¿hay algún médico a bordo?” y “siga a ese coche, rápido”
La primera ya la cumplí. Tuve la oportunidad de decirlo, aunque sobre mí mismo. Cuando estábamos a punto de subir al avión de regreso a casa, empecé a temblar como Robert de Niro en “Despertares”. Temblores incontrolables y escalofríos. Sonreí a las azafatas de la puerta apretándome los brazos en los sobacos, para que no se notaran mis temblores, y nos sentamos. Como soy algo hipocondríaco (los que me conocen subirían algunos grados más esta apreciación) y los temblores iban a más, pues pensé en una muerte inminente. Le dije a mi mujer que creía que no sería buena idea hacer ese viaje, que menudo engorro estar viajando con un cadáver durante tres horas sin posibilidad de hacer escalas. Toqué el botoncito y cuando llegó  la azafata tuve mi gran momento “¿hay algún médico a bordo?” le pregunté entre temblores. Me supo a gloria.  Lo gracioso es que me preguntó “¿para qué?” “Para jugar una partida de ajedrez con él, ¿para qué va a ser?” Como quiera que la mayoría del personal de los aviones no tiene mucho sentido del humor, probablemente por aguantar a grinchs como yo, la azafata arqueó solo una ceja, tipo Sean Connery, y se fue para volver al poco con el comandante (nada menos que el comandante, yo ya iba a lo grande), que me volvió a preguntar lo mismo. Me abstuve de disimular mis temblores ante quien tomaba las decisiones serias en la nave y decidió  que fuéramos a la puerta para examinarme por un doctor que ya se había desenmascarado de entre los pasajeros. Al pasar entre estos y ver que todos nos miraban tuve unas terribles ganas de decirles “Es contagioso”, pero me contuve.
Le dije al doctor que además de hipocondríaco era hipertenso. Dictó sentencia de inmediato: “es la tensión, que se le ha subido”, aunque yo no notaba nada de eso. Me llevaron en ambulancia a urgencias de Barajas, mientras mi mujer iba a sacarnos otro vuelo y recuperar nuestras maletas (esa historia también es muy buena). No recuerdo el viaje en ambulancia, no está en mi memoria. De pronto, estaba en una camilla de urgencias con una doctora tomándome la temperatura: 41 grados. Pero yo estaba de lo más chistoso; supongo que formaba parte del delirio. Me puse a decirle que había dicho una de las dos grandes frases que toda persona debía de decir al menos una vez en la vida. Qué coñazo le tuve que dar con eso. Mientras, sonaba el teléfono llamándonos desde el mostrador donde estaba mi mujer preguntándole a la doctora si yo estaría en condiciones de viajar al día siguiente. La doctora me miró con cara de circunstancias y yo le dije que había dicho una de las dos grandes frases, etc, etc.
 Volamos al día siguiente, supongo que porque la doctora no quería aguantarme más, me pinchó dos inyecciones de no sé qué y me firmó el alta. Cuando lo pienso en frío, no quiero ni pensar el cabreo de los pasajeros por el retraso que tuvieron por sacarnos las maletas de la bodega. Y lo que es peor: este episodio mío fue tan solo unos pocos meses antes de la crisis del ébola. Menuda cuarentena le hubiera caído a los del avión. Me hubieran odiado mucho más que a Melendi.



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