Lucía despertó a Alberto, transmitiéndole así toda su ilusión.
-¿Vamos ya?, ¿vamos ya?- le preguntó mientras le zarandeaba.
-¿Qué hora es?
-Es casi por la mañana. Yo creo que ya podríamos ir. Vamos, vamos- le
animó con más ilusión todavía.
Alberto y Lucía caminaron por el pasillo de casa sin hacer ruido. El
corazón les palpitaba.
Se asomaron y la sonrisa se les borró de inmediato: sus hijas aún no
habían llegado del sábado noche. Con la angustia en el pecho se retiraron a su dormitorio con el peso de la
desilusión y del desasosiego a cuestas. Se volvieron a acostar sin apartar los
sentidos de sus respectivos móviles. Un sábado más. Todos los sábados.
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