Eh, pssst, tú, sí, tú, conductor/ra que te
pegas detrás de mi coche a 120 kilómetros por hora en el carril izquierdo de la
autopista, me gustaría decirte algo.
Quisiera ponerme en tu
piel.
Quisiera entrar en tu
cerebro unineuronal. Allí estamos bien los dos. Hay sitio de sobra.
Quisiera llegar a
entender por qué pones en peligro mi vida y la de tantos otros, porque eres
reincidente. Ya lo creo.
Quisiera poder
comprender por qué ese carril es tuyo y de nadie más.
¿De verdad eras tan
simple?
¿De verdad no lo ves?
¿Te sientes más
fuerte, más importante, más poderoso colocándote a menos de un metro de mi
coche?
Tienes tu propio
lenguaje, ¿verdad?
Me adviertes con tus
luces desde lejos que el carril es tuyo, que no tengo derecho a circular por él
al máximo de la velocidad reglamentaria.
Tú quieres ir más
rápido. Necesitas amortizar los cinco años que tardarás en pagar tu coche. Las
letras lo valen.
Veo tu única neurona y
te imagino con familia.
Imagino los valores
que les enseñas, o que compartes.
Además, te enfadas
porque no me quito.
Imagino que me
insultas. Tienes un buen repertorio. De eso sí. Para eso sí.
Yo te sonrío por el
espejo retrovisor.
No me quito.
Te hago sufrir un
rato.
Hasta que te rindes y
ralentizas.
Te alejas un metro,
dos.
Ya casi estás,
campeón.
Tres metros.
Ahora ya me quito.
Me adelantas y me
pones tu cara más furiosa, esa que pones a cada momento, porque te imagino así
de sociable, y con familia.
Sigue tu camino, ser
unineuronal.
Que no mates a nadie.
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