domingo, 9 de octubre de 2016



 Eh, pssst, tú, sí, tú, conductor/ra que te pegas detrás de mi coche a 120 kilómetros por hora en el carril izquierdo de la autopista, me gustaría decirte algo.
Quisiera ponerme en tu piel.
Quisiera entrar en tu cerebro unineuronal. Allí estamos bien los dos. Hay sitio de sobra.
Quisiera llegar a entender por qué pones en peligro mi vida y la de tantos otros, porque eres reincidente. Ya lo creo.
Quisiera poder comprender por qué ese carril es tuyo y de nadie más.
¿De verdad eras tan simple?
¿De verdad no lo ves?
¿Te sientes más fuerte, más importante, más poderoso colocándote a menos de un metro de mi coche?
Tienes tu propio lenguaje, ¿verdad?
Me adviertes con tus luces desde lejos que el carril es tuyo, que no tengo derecho a circular por él al máximo de la velocidad reglamentaria.
Tú quieres ir más rápido. Necesitas amortizar los cinco años que tardarás en pagar tu coche. Las letras lo valen.
Veo tu única neurona y te imagino con familia.
Imagino los valores que les enseñas, o que compartes.
Además, te enfadas porque no me quito.
Imagino que me insultas. Tienes un buen repertorio. De eso sí. Para eso sí.
Yo te sonrío por el espejo retrovisor.
No me quito.
Te hago sufrir un rato.
Hasta que te rindes y ralentizas.
Te alejas un metro, dos.
Ya casi estás, campeón.
Tres metros.
Ahora ya me quito.
Me adelantas y me pones tu cara más furiosa, esa que pones a cada momento, porque te imagino así de sociable, y con familia.
Sigue tu camino, ser unineuronal.
Que no mates a nadie.

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