Ramón se empeñó en que
su hijo Paquito, de cinco años, sintiera la llamada de la música y no la del
fútbol. Ramón, desde pequeño, se había enamorado de los instrumentos musicales
y, ahora, pretendía que su hijo cayera bajo el mismo enamoramiento. Por eso,
siempre que podía, se acercaba a su pequeño y, con una gran sonrisa,
interpretaba alguna melodía animada en una flauta, una guitarra, un acordeón…No
había nada que hacer. Paquito corría detrás de una pelota sin ni siquiera
esperar al final de la canción, y tampoco era cuestión de hacer desaparecer
todas las pelotas del mundo. Fue entonces cuando Ramón oyó el consejo de su esposa.
-Lo has estado haciendo mal
desde el principio. Si quieres que nuestro hijo se sienta atraído por la
interpretación has de despertar su curiosidad.
Ramón pensó en ello durante un
tiempo hasta que halló la solución, aunque para ponerla en marcha tuvo que
pedir un crédito al banco.
Cuando ese día su hijo llegó del
colegio se encontró una especie de mueble negro enorme en medio del salón. Su
padre le explicó que era un piano. Su hijo se aproximó con sigilo y empezó a
inspeccionarlo. Recordaba haber visto algo similar en la tele, e incluso en el
colegio había aporreado uno tan pequeño como su pies. Pero este piano enorme
era diferente, pues por mucho que lo tocaba donde se suponía que debía sonar,
nada sucedía. Comprendió entonces que las teclas estaban cubiertas por una
tapa. La intentó abrir pero no lo consiguió. Interrogó a su padre con la
mirada.
-Es para mayores, tú no lo
puedes tocar.
Desde aquel día, el único
propósito en la vida de Paquito fue el de encontrar la llave que cerraba esa
tapa. Un día, después de mucho buscar, sus ojos se agrandaron e iluminaron con
la luz que provoca los grandes hallazgos.
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