La guía del viaje, que
era muy particular (como el patio de mi casa) nos dio dos horas de asueto. Así,
asueto. Traduje el término a mis alumnos y estos, con una gran sonrisa, se
dispersaron en grupo para agobiar cuanto pudieran a los vendedores de las tiendas
de recuerdos en Venecia. Suspiré aliviado, tenía dos horas para alejarme del
mundanal ruido e ir lo más rápido posible (y eso en Venecia no es mucho) a los
barrios donde sabía que solo encontraría venecianos, que los hay, los barrios y
los venecianos. Por cada puente que pasaba sacaba una foto, a discreción, y en
aquella época eran carretes de tofos, ¿os acordáis de los carretes de fotos?
Cuando las revelé (creo que ya no usamos este verbo) descubrí esta maravilla. Supongo que la hice
yo, puesto que salió de mi carrete. A veces pienso si no se le coló al de la
tienda de fotos entre las cientos de fotos que revelaba cada día. ¿Quién sabe?
El caso es que esta foto vive conmigo desde entonces. No puede ser de otra
manera.
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