Victoriano siempre
hacía lo mismo cuando llegaba a la aduana: cogía su libro y lo leía indiferente
mientras los agentes de la dictadura registraban sus maletas. Así con cada una de
sus llegadas, y eran unas cuantas a lo largo del año. Siempre con un libro
distinto, pues era un gran lector. Luego, lo primero que hacía al llegar a
casa, antes incluso de saludar a su mujer e hijos, era colocar el libro en su
estante de honor mostrando una sonrisa victoriosa. Una nueva lectura prohibida
introducida en España delante de las narices del régimen.
lunes, 27 de junio de 2016
jueves, 23 de junio de 2016
lunes, 20 de junio de 2016
SANTO REMEDIO (relato)
Roberto vivía en un sin vivir. Era pura amargura; ni su mujer ni sus
hijos podían mantener dos palabras con él sin que se enrocara en su tormento.
Los amigos dejaron de llamarle, cerrando así la puerta a la vida social.
Un día, sin saber bien cómo, su mujer le convenció para que fuera a un
especialista. El psicólogo escuchó atentamente a Roberto y luego dictaminó.
“Me temo que tenga usted que desahogarse”
“¿Y cómo lo hago?”
“Pues verá, a mí me funciona un método: yo le llamo el santo remedio.
Es tan sencillo como añadir una coletilla a las causas de su aflicción”
“¿Qué coletilla”
“Y su puta madre”
“Oiga, ¿a qué viene eso?”
“No, no, esa es la coletilla: y su puta madre. Por ejemplo: el psicoanálisis y su puta madre.
¿Qué? ¿No ve cómo me ha cambiado el rostro? Más relajado, más fresco. Pruebe,
ya verá cómo le alivia.”
Roberto miró desconfiado al especialista, preguntándose si le estaría
tomando el pelo. Finalmente, se decidió a probar.
“Los recortes del gobierno y su puta madre”
No lo dijo con energía, más bien con timidez, pero algo notó, un ligero
cambio, como el inicio de una lucha por expulsar sus miedos.
“¿A que se ha sentido mejor?”
“Pues es verdad”, señaló con reconocido asombro.
“Pero le advierto de nuevo: solo le aliviará. La solución a sus
problemas está en otro sitio. Pruebe una vez más”
Ahora Roberto fue determinante.
“La reforma laboral y su puta madre”
La sonrisa le volvió al rostro. Era otro hombre, más fresco, más
decidido. Familia y amigos lo percibieron de inmediato.
“La reforma educativa y su puta madre”
Así iba y venía Roberto con su coletilla a todas partes, incluso antes
de dormir soltaba alguna frase acompañada por la receta del psicólogo.”La
corrupción y su puta madre”.
Cuando llegó el día de las elecciones y depositó su voto en el interior
de la urna, miró a la mesa con actitud firme y dijo:
“Mi voto es contra mi angustia y su puta madre”
No podía estar más contento. Santo remedio.
jueves, 16 de junio de 2016
Alguna
vez me han preguntado cuál de los X-men querría ser, y yo les he contestado que
Tormenta. Ante su cara de estupefacción, lógica pudiendo elegir ser Magneto o
Lobezno, les explico. Trabajo diez meses al año con adolescentes, trabajo que
adoro. No obstante, cuando llega el verano, los adolescentes no solo no
desaparecen de mi vida sino que atestan la piscina comunitaria con sus gritos,
porque hablan gritando a pesar de estar uno al lado del otro, con sus volteretas competitivas ante sus
amigas, con sus móviles… Entonces, yo, desde la ventana, invoco los poderes de
Tormenta, vuelco los ojos en blanco y provoco el diluvio universal sobre la
piscina para que se vayan. Por otro lado, nada nuevo bajo el sol, porque me
imagino que eso, o peor, era lo que imaginaban los vecinos de mi barrio cuando
llegaba el verano y mis amigos y yo no salíamos de la calle, gritando, haciendo
partidos de fútbol hasta que venía la policía, rompien…Bueno vamos a dejarlo
aquí.
domingo, 12 de junio de 2016
EL DIAGNÓSTICO (microrrelato de terror)
El psiquiatra le citó
para darle los resultados. Néstor Llevaba semanas temiéndolos, soñándolos.
Cerró los ojos. No era esquizofrénico. Empezó a llorar, pero no de alivio sino
de horror. El mundo se le vino encima. Había deseado con todas sus fuerzas que
el diagnóstico fuera la esquizofrenia.
jueves, 9 de junio de 2016
QUID PRO QUO (relato)
Todos conocimos la
historia de Jimmy Stewart. Sí, se llamaba como el actor, aunque Jimmy era
conocido por ser campeón de surf. No obstante, se le recuerda por algo muy
diferente. Incluso hoy en día cuesta creerlo. Jimmy fue salvado por una tortuga
de morir ahogado. Una de las olas le hizo caer, con la mala fortuna de ser
golpeado en la cara por su propia tabla. Le gustaba entrenar muy de mañana por
lo que no tenía ningún compañero cerca que le auxiliara. Sin conocimiento,
hubiera perecido de no ser por una enorme tortuga que se colocó debajo de él y
le acercó hasta la orilla. Allí sí le vieron llegar. Cuando se percataron de
que la tabla sobre la que flotaba era una tortuga, la noticia dio la vuelta al
mundo. Salvado por una tortuga.
Jimmy, callado de por
sí, se volvió aún más taciturno; evitaba a la gente y mucho más las ruedas de
prensa. A la gente podía obviarla, a las ruedas de prensa, por contratos
publicitarios, no, y en todas y cada una de ellas siempre le preguntaban por la
buena acción de la tortuga. Hasta que un día, en una de esas entrevistas,
sucedió lo que Jimmy más temía. Uno de los periodistas se dio cuenta. “¿No eras
tú el de ese documental de National Geographic? Sí, hace unos años, serías un
crío”. Jimmy quiso negarlo, pero tras un largo silencio respondió. “Sí, era
yo”. La historia de Jimmy volvía a dar la vuelta al mundo, aunque esta vez con
más asombro si cabe. Todo el mundo buscó el documental en internet, las
televisiones lo emitieron a todas horas. Los telediarios emitían el fragmento
del documental donde aparecía Jimmy.
El padre de Jimmy era
director de documentales. Alguno de sus mejores trabajos los había hecho para
la National Geographic, tiempo atrás, cuando Jimmy no era más que un mocoso de
ocho años. En uno de los rodajes se centró en el desove de las tortugas marinas.
Cuando los huevos comenzaron a eclosionar y las pequeñas tortugas comenzaron su
carrera hacia el mar, un ejército de aves llegó para comérselas. Eran presa
fácil. En cuestión de minutos habían desaparecido más de la mitad de las crías.
Fue entonces cuando, Jimmy, que estaba en el rodaje, roto por las lágrimas,
corrió para espantar a las aves. Era inútil, no podía con todas. Más lloraba
aún porque ningún miembro del equipo quería interferir en la obra de la
naturaleza. Su padre se lo explicó, le contó que ellos nada podían ni debían
hacer. Jimmy, ignorando la charla de su padre, se escapó de sus brazos y
corrió, en un gesto desesperado de rabia, hasta la última tortuga que quedaba.
La cogió y corrió al mar. Las aves se la disputaban salvajemente, agrediendo al
intruso en la cabeza. Poco le importaba eso a Jimmy. Cuando llegó al mar,
sumergió a la tortuga y no se fue hasta asegurarse de que la pequeña podía
nadar a salvo. Las cámaras lo filmaron todo y su padre decidió incluirlo en el
documental.
jueves, 2 de junio de 2016
STEVENSON (relato)
Mario y Elena eran los
únicos que quedaban. Aislados en aquella casa de la sierra, lo que había
empezado como una fiesta de cumpleaños se había convertido en una matanza. Uno
a uno habían sido asesinados los asistentes. Solo quedaban ellos dos. Se
miraban tan aterrorizados como desconfiados; cada uno sabía de sí mismo que no
era el asesino, pero nada podía afirmar del otro. Fueron tan convincentes en la
defensa de su propia inocencia, que decidieron no separarse, intentar salir de
la casa y buscar un lugar donde sus móviles tuvieran cobertura. El hecho de que
el asesino tardara en manifestarse de nuevo intensificó la desconfianza entre
los dos. Ninguno quería dormirse pero estaban agotados. Por mucho que se
esforzaron, sus ojos acabaron cerrándose.
Cuando Mario despertó Elena
yacía a su lado con un corte profundo en el cuello. El joven lloró, gritó,
golpeó cuanto estuvo a su alcance. Cuando la policía le encontró, tumbado en el
césped de la casa, Mario fue incapaz de
ordenar sus ideas, de hacer un relato mínimamente coherente, tal era su estado
de shock.
Como único
superviviente, tuvo que someterse a un interrogatorio de la policía en
comisaría.
-Ya se lo he contado mil veces-
contestaba desesperado, al borde del llanto, Mario, a aquel comisario que le
miraba fijamente- Oiga, ¿es que no puedo ver a nadie? Quiero ver a mis padres.
¿Les han llamado?
-Sí- le contestó el comisario
Trápaga-. De hecho, están aquí- Mario respiró aliviado, aunque sin poder
desprenderse de toda la tensión- Pero no quieren verte.
Mario congeló sus facciones.
-¿Cómo que no quieren verme? ¿Es
que les ha dicho que he hecho esa barbaridad?
El comisario enseñó la pequeña
sonrisa que se usa cuando se tiene un as en la manga.
-No, no les he dicho nada, te lo
aseguro. Se limitaron a darme esto- y sacó un pequeño frasco de su bolsillo-
¿Te suena de algo? Me dijeron que lo encontraron en la basura de casa- le
preguntó colocándolo a la altura de sus ojos. Mario tragó con dificultad-
Cógelo, al fin y al cabo es tuyo.
Mario lo cogió con temor. Era un
frasco de medicina. Cuando leyó el nombre de las pastillas, dejó caer el frasco
sobre la mesa y hundió horrorizado la cabeza en sus manos.
-Dios mío, ¿qué he hecho?
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