Las películas malas son necesarias.
Si no, ¿cómo disfrutar de las buenas?
En mi caso hay un
añadido de carácter creativo. Cuando veo una película mala, una de esas que te
aburre hasta el tuétano, mi imaginación se dispara, no para tratar de reparar
lo que estoy viendo, eso no tiene remedio, sino para crear otras historias. Es
muy efectivo, pero para que realmente funcione tengo que estar viendo esa peli
en un cine, que me duela haber pagado. La tentación de abandonar la sala la
venzo, no solo con lo que frustra reconocer que se ha tirado el dinero, sino
con mi imaginación. Cuando termina, salgo con dos o tres historias prometedoras
en la cabeza. Eso, claro está, no funciona con la televisión. El mando a
distancia me lo impide.
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