Decía
Oscar Wilde que en este mundo solo hay dos tragedias: una es no tener lo que
deseas y la otra, tenerlo. ¿Cuál es la tuya? La pregunta no da más que esas dos
alternativas, ambas crueles, pero necesarias, supongo. Blanco o negro, ¿acaso
no hay grises? No en el amor; o amas o no amas, no hay lugar para los términos
medios. No podemos enamorarnos a medias, del mismo modo que no podemos morirnos
a medias. Lo cierto es que yo tampoco me siento capaz de contestar tan drástica
cuestión, pero sí estoy en disposición de contarte una historia sobre la primera
parte de la sentencia del insigne irlandés, aquella en la que no tenemos lo que
deseamos. Se trata de una historia de amor, por supuesto; una pequeña, como la
tuya o la mía, o como la del vecino. Sí, ese tío al que no soportas porque
siempre fuma en el ascensor y sube el volumen de la música sin consideración a
los demás; ese también tiene su historia de amor, pero no la contaré aquí, ni
en ninguna otra parte porque es muy aburrida e incluso desagradable. La que nos
ocupa en este libro tiene, no obstante, un no sé qué, un especial encanto que
te impulsará a leerla hasta el final. Comienza pues esta pequeña aventura por
el corazón de sus protagonistas.
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