domingo, 9 de agosto de 2015

CONCURSOS INFANTILES

Hoy voy a sacar mi vena Grinch (amplia, por otro lado, pero que procuro mantener inactiva lo mismo que el doctor Banner con sus rayos gamma)
Cuanto  más reflexiono sobre los concursos televisivos infantiles más me convenzo de que me repugnan. No por el concurso en sí, no es más que un juego donde unos niños compiten y se ¿divierten?, sino por lo que conlleva.
¿Alguno de los padres que llevan a sus hijos a esos concursos ha educado a su retoño para que asimilen el fracaso? Porque mientras las cosas van bien en el concurso, todo es maravilloso, pero cuando van mal, el trauma es considerable, porque es un trauma. Estoy convencido de que en esos programas quienes concursan realmente son los padres, no hay que mirarles las caras. Son ellos, pues, los responsables. De verdad que no le veo ninguna necesidad a este tipo de emisiones. No digamos ya la moralidad de la cadena televisiva que los produce. Hablo siempre desde mi punto de vista, desde mi vena grinch.
Nos educan para competir, todo en la vida es competición, competitividad. Tienes que ser el mejor, el número uno, no me defraudes, no me decepciones. Está claro que no estoy descubriendo la pólvora y tampoco tengo medios para apagarla. ¿Qué tiempo dedicamos para hacer ver a los niños que un número cuatro o cinco no está mal, que no pasa nada si no eres el número uno?
Ilustro este pensamiento con dos ejemplos.
No hace mucho, unas semanas, vi en un concurso de talentos de televisión española, cómo un grupo de niñas pasaba a la siguiente fase. La alegría no les cabía en el cuerpo. A la media hora, uno de los miembros del jurado, creo que era Pitingo, no sé qué cable se le cruzo que les quitó de esa fase para poner a otros concursantes. La tragedia para las niñas fue tremenda. Yo no podía comprender una crueldad tan gratuita, tan innecesaria. El programa aclaraba siempre que el hecho de que pases a una nueva fase no implica que no puedas ser eliminado. Eso fue lo que sucedió a esas niñas. Me pareció vergonzoso generar tal grado de dolor en un concurso. Repugnante.
El otro caso fue el del miembro de los Morancos, el alto, que se echó a llorar a moco tendido (y lloraba de verdad) porque tenía que dejar  a un grupo de niños fuera. En este concurso todos eran niños, a diferencia del otro del que hablé que combinaba todas las edades. Por supuesto, los niños, que hasta ese momento todo había sido maravilloso, empezaron a llorar sin comprender demasiado bien qué estaba pasando. De nada sirvieron los esfuerzos de Jesús Vázquez para calmarlos.
En esos concursos se trata a los niño como si fueran adultos y no lo son.

Insisto, desde mi punto de vista, esto es evitable y está en manos de los padres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario