Os contaré mi experiencia con el premio Planeta, que tiene su gracia.
Me presenté hace ya
varios años, con mi primera novela, que no he publicado aún. Me presenté pues
como quien va a una verbena, por divertirme, por tener la experiencia, por
decir que me había presentado, por contarlo varios años más tarde en una red
social que todavía no había nacido; bien sabía yo que no tenía ninguna
posibilidad; bien conocía la “leyenda” que circula sobre esos premios. Total,
que mi novela, a doble espacio, que es como hay que presentarla, me queda más
grande que El Quijote y la empleada de la fotocopiadora me dice que tengo que
hacerlo en dos tomos, pero que me lance y que los encuaderne en azul cantoso.
Me gustó la idea y así hicimos. Lo envié y al poco me hicieron acuse de recibo.
Hasta ahí todo normal.
Unas pocas semanas más
tarde, viendo el telediario, en la sección de cultura (esa que ponen al final y
que dura tres minutos), daban la noticia de que los miembros del jurado del
premio Planeta habían tenido acceso por primera vez al total de volúmenes
presentados. Pudimos ver entonces una mesa enorme con centenares de manuscritos
y a esas personalidades paseando admirados a su alrededor; entonces, a uno de
ellos, anciano, no recuerdo su nombre, le llamó la atención un tomo
encuadernado en azul cantoso y lo cogió. Sí, era el mío. Entonces me dije: eso
es lo más cerca que estaré del premio Planeta. Y así fue, evidentemente.
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