miércoles, 27 de mayo de 2015

Lo que más aprecias en este mundo- crónicas del pueblo de San Gabriel, anteriores a 1936

-¿Cómo te llamas?
-Ju... Julián, me llamo Julián-y respiró aliviado tras tanta tensión.
-Julián, me gusta, es un nombre muy bonito- y Rosalba tocó el piano más animada.
Julián nunca se había parado a pensar que su nombre fuera bonito, pero si ella lo decía, tenía que serlo.
 -¿Dónde lo pongo?-preguntó Julián refiriéndose a su regalo.
-Ahí, donde los demás.
Rosalba señalaba con la cabeza al enorme sofá que presidía el salón, y cuando Julián lo miró sintió auténtica vergüenza por el presente que había traído con tanta ilusión. Él mismo había elaborado la caja, con algo de premura, eso sí, por el poco tiempo del que había dispuesto. No era grande, pues lo que escondía no necesitaba de mucho espacio. Había decidido regalarle su posesión más preciada. Quería romper con su pasado y dedicarse en cuerpo y alma a ganarse la amistad de la niña, y para ello era necesario desprenderse de todo aquello que pudiera distraerle: qué mejor, pues, que regalárselo a ella. Era el símbolo de su sacrificio, la ruptura de su niñez. A partir de ese momento sólo Rosalba existiría en su mundo, en su vida. Pero mal empezaba, porque el gran sofá al que debía mirar no se veía. Estaba totalmente oculto por una montaña de presentes aún sin desenvolver. No eran regalos modestos, la mayoría eran paquetes considerables e incluso en algunos se intuía una bicicleta o una gran casa de muñecas. La pequeña caja de Julián resultaba preocupantemente insignificante al lado de tanta generosidad. Se acercó despacio, pues el alma le había caído a los pies y  miró desconsolado su regalo y el amontonamiento del sofá. Además, lo hizo varias veces, como si quisiera encontrar algún tipo de placer en ello, aunque en realidad lo que pensaba era si de verdad debía entregarle su regalo. Miró a Rosalba, que seguía entusiasmada con su música acampanada por el pedal mágico. Miró a los invitados, que seguían deleitándose con la pequeña en el piano, y miró de nuevo su regalo liliputiense. Levantó una enorme caja envuelta con papel floreado y lo colocó debajo. Lo hizo rápido, aunque algo torpe. Las demás cajas dudaron entre caer o mantener la estabilidad, al tiempo que Julián dudaba si quedarse o salir corriendo. No cayeron y Julián respiró aliviado. Lo que seguía lo tenía claro, debía marcharse, no quería estar presente cuando Rosalba abriera los paquetes, no hubiera podido soportar la vergüenza.
Al día siguiente, Julián gastaba el tiempo del recreo sentado en un banco. El comentario principal esa mañana había sido lo mucho que se habían divertido todos en la fiesta de Rosalba. Afortunados ellos, pensaba Julián, que miraba sin mucho interés a sus amigos jugando a la pelota. Le sorprendía cómo cambian las cosas cuando uno se aleja y toma perspectiva, porque ahora, desde ese banco, se preguntaba cómo nadie era capaz de hilvanar una jugada en un patio tan pequeño. Cuando jugaba nunca se lo había planteado, es más, hasta le parecía grande el terreno después de correr unos minutos. Así intentaba distraer su mortificado ánimo cuando una vocecita muy dulce sonó a su lado.
-Hola.
Era Rosalba. Su sonrisa se dibujaba tan dulce como su voz. Julián no pudo evitar que le temblara la suya.  
-Ho... hola.
-Tú eres Julián, ¿verdad?
Julián asintió con la cabeza pues temía que le volviera a traicionar su voz.
-Muchas gracias por tus canicas.
-¿Abriste  mi regalo?- No podía menos que sorprenderse
-¿Por qué no iba a hacerlo?
-¿Y te gustó?
-Mucho- lo reforzaba asintiendo con la cabeza, y sin dejar de sonreír-. Mi padre dice que tu regalo es el mejor de todos.
-¿Y por qué?- Realmente le interesaba saber el motivo.
-Dice que porque me regalaste lo que más querías de todas tus cosas.
-¿Y él cómo sabe eso?-ahora el interés era mucho mayor en el niño.
-Eso le pregunté yo.
-¿Y qué te dijo?
-Que un niño de tu edad lo que más aprecia en este mundo son sus canicas-Julián desvió la mirada. Su cuerpo le temblaba ante el acierto de don Esteban, aunque empleaba todo su esfuerzo por disimularlo-, y por eso es el mejor regalo de todos.
El breve silencio que siguió torturaba sin piedad a Julián. No se atrevía a mirarla.
-¿Es cierto?
-¿El qué?
-¿Me regalaste lo que más aprecias en este mundo?
Julián giró la cabeza lentamente para mirarla. Ya no podía disimular sus temblores. Intentaba contestar pero no podía. Era imposible no darse cuenta y Rosalba, siempre sonriendo, le liberó de su tortura con una pregunta mucho más fácil de responder.
-¿Me acompañas hasta casa después de clase?


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