-¿Cómo te llamas?
-Ju... Julián, me llamo Julián-y respiró
aliviado tras tanta tensión.
-Julián, me gusta, es un nombre muy
bonito- y Rosalba tocó el piano más animada.
Julián nunca se había parado a pensar
que su nombre fuera bonito, pero si ella lo decía, tenía que serlo.
-¿Dónde lo pongo?-preguntó Julián refiriéndose
a su regalo.
-Ahí, donde los demás.
Rosalba señalaba con la cabeza al enorme
sofá que presidía el salón, y cuando Julián lo miró sintió auténtica vergüenza
por el presente que había traído con tanta ilusión. Él mismo había elaborado la
caja, con algo de premura, eso sí, por el poco tiempo del que había dispuesto.
No era grande, pues lo que escondía no necesitaba de mucho espacio. Había
decidido regalarle su posesión más preciada. Quería romper con su pasado y
dedicarse en cuerpo y alma a ganarse la amistad de la niña, y para ello era
necesario desprenderse de todo aquello que pudiera distraerle: qué mejor, pues,
que regalárselo a ella. Era el símbolo de su sacrificio, la ruptura de su
niñez. A partir de ese momento sólo Rosalba existiría en su mundo, en su vida.
Pero mal empezaba, porque el gran sofá al que debía mirar no se veía. Estaba
totalmente oculto por una montaña de presentes aún sin desenvolver. No eran
regalos modestos, la mayoría eran paquetes considerables e incluso en algunos
se intuía una bicicleta o una gran casa de muñecas. La pequeña caja de Julián
resultaba preocupantemente insignificante al lado de tanta generosidad. Se
acercó despacio, pues el alma le había caído a los pies y miró desconsolado su regalo y el
amontonamiento del sofá. Además, lo hizo varias veces, como si quisiera
encontrar algún tipo de placer en ello, aunque en realidad lo que pensaba era
si de verdad debía entregarle su regalo. Miró a Rosalba, que seguía
entusiasmada con su música acampanada por el pedal mágico. Miró a los
invitados, que seguían deleitándose con la pequeña en el piano, y miró de nuevo
su regalo liliputiense. Levantó una enorme caja envuelta con papel floreado y
lo colocó debajo. Lo hizo rápido, aunque algo torpe. Las demás cajas dudaron
entre caer o mantener la estabilidad, al tiempo que Julián dudaba si quedarse o
salir corriendo. No cayeron y Julián respiró aliviado. Lo que seguía lo tenía
claro, debía marcharse, no quería estar presente cuando Rosalba abriera los
paquetes, no hubiera podido soportar la vergüenza.
Al día siguiente, Julián gastaba el
tiempo del recreo sentado en un banco. El comentario principal esa mañana había
sido lo mucho que se habían divertido todos en la fiesta de Rosalba.
Afortunados ellos, pensaba Julián, que miraba sin mucho interés a sus amigos
jugando a la pelota. Le sorprendía cómo cambian las cosas cuando uno se aleja y
toma perspectiva, porque ahora, desde ese banco, se preguntaba cómo nadie era
capaz de hilvanar una jugada en un patio tan pequeño. Cuando jugaba nunca se lo
había planteado, es más, hasta le parecía grande el terreno después de correr
unos minutos. Así intentaba distraer su mortificado ánimo cuando una vocecita
muy dulce sonó a su lado.
-Hola.
Era Rosalba. Su sonrisa se dibujaba tan
dulce como su voz. Julián no pudo evitar que le temblara la suya.
-Ho... hola.
-Tú eres Julián, ¿verdad?
Julián asintió con la cabeza pues temía
que le volviera a traicionar su voz.
-Muchas gracias por tus canicas.
-¿Abriste mi regalo?- No podía menos que sorprenderse
-¿Por qué no iba a hacerlo?
-¿Y te gustó?
-Mucho- lo reforzaba asintiendo con la
cabeza, y sin dejar de sonreír-. Mi padre dice que tu regalo es el mejor de
todos.
-¿Y por qué?- Realmente le interesaba
saber el motivo.
-Dice que porque me regalaste lo que más
querías de todas tus cosas.
-¿Y él cómo sabe eso?-ahora el interés
era mucho mayor en el niño.
-Eso le pregunté yo.
-¿Y qué te dijo?
-Que un niño de tu edad lo que más
aprecia en este mundo son sus canicas-Julián desvió la mirada. Su cuerpo le
temblaba ante el acierto de don Esteban, aunque empleaba todo su esfuerzo por
disimularlo-, y por eso es el mejor regalo de todos.
El breve silencio que siguió torturaba
sin piedad a Julián. No se atrevía a mirarla.
-¿Es cierto?
-¿El qué?
-¿Me regalaste lo que más aprecias en
este mundo?
Julián giró la cabeza lentamente para
mirarla. Ya no podía disimular sus temblores. Intentaba contestar pero no
podía. Era imposible no darse cuenta y Rosalba, siempre sonriendo, le liberó de
su tortura con una pregunta mucho más fácil de responder.
-¿Me acompañas hasta casa después de
clase?
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