El comisario Trápaga
nació en un pequeño rincón de mi mente; ese rincón que me animaba siempre a
rebelarme y al que tan poco caso hago. Quizás por eso lo creé, quizás por eso
nació, para tranquilizar mi mente pequeño-burguesa. Él protesta por mí, o se
rebela, si hace falta, en mi lugar; y, desde luego, suelta todas las palabrotas
que yo no puedo ni pensar en mencionar. ¿Qué hay en él que no sea mío? Su
físico, pero no por atlético, sino por deteriorado. Espera, que yo tampoco soy
un portento del atletismo (nada más lejos). Trápaga me recuerda lo que no
quiero ser físicamente, porque ¿quién desea que le pasen los años y le vaya
pesando el alma? Es un cincuentón y siempre lo será.
Tampoco tengo de él su
escasa capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos. Busca la paz en su familia
y lo cierto es que tiene mucha suerte en contar con una esposa tan comprensiva.
No lo lleva tan bien con sus hijas que, en cuanto llegan a la adolescencia
siente que las ha perdido, pero no por ellas, sino por su mínima capacidad para
el consenso; lo suyo es dar órdenes, ser el líder solitario de su vida. Es un
poco contradictorio, estoy de acuerdo, pero él es así.
A veces pienso que es real,
que existe, que vivió todos esos casos, resolviendo la mayoría y maldiciendo
los que se le resistieron. Sueño con conocerle y decirle que he escrito unas
cuantas novelas con él de protagonista. Cuando me lo imagino, siempre lo hago
con el rostro del actor (ya fallecido) Juan Luis Galiardo, cuyo trabajo admiro
profundamente. Todo el proceso creativo me resulta más fácil con él en mente.
Los que le conocen me
preguntan si en realidad yo soy el comisario Trápaga. Les contesto que no, pero
que me gustaría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario