El
diario ABC escupía el otro día en su portada esa aberración de que Pedro
Sánchez imponía por decreto “la España bonita”, en alusión a la llegada del
Aquarius a Valencia.
Pues
bien, me la quedo, me quedo esa España bonita.
La
prefiero a la España depresiva y corrupta que nos había impuesto el PP.
No
sé vosotros, pero yo llevaba seis años cabreado. Seis años, se dice pronto.
Con
cada ley con la que nos quitaban derechos, con cada uno de sus recortes y sus
injusticias, y con la brecha de desigualdad que no paraban de crear, con su
hipocresía sobre cómo, supuestamente, estamos saliendo de la crisis. Muy
cabreado, tenso. Me descubría a mí mismo apretando la mandíbula para disolver
la rabia y sin saber muy bien por qué y es que ese malestar había anidado en mi
estado de ánimo.
No
sé qué hará Pedro Sánchez. No lo tiene fácil, pero, de momento, todo es
distinto. Se nota en el ambiente, no hay tanta crispación. Yo mismo estoy más
relajado, no digo contento porque eso es muy complicado con los políticos
españoles. Seguramente, acabaré cabreado con el PSOE, como tantas otras veces
me ha pasado, pero ahora no; ahora estoy disfrutando este momento de esperanza,
porque la palabra es esa, esperanza.
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