Leticia salió a
pasear, como cada tarde, por los alrededores de su pueblo. No regresó. Un hijo
de puta intentó violarla, ella se resistió y acabó asesinada a golpe de
piedras. Si no se hubiera resistido, es probable que siguiese viva pero tengo
la certeza de que ese miserable no hubiera sido condenado como agresor sexual,
no hubiera sido condenado por violación. La certeza me la da la ley, nuestra
ley, nuestro código penal, que hace la distinción entre abuso y agresión
sexual. Una ley hecha por personas, hombres y mujeres, con estudios y cultura
pero que, en algún momento perdieron el sentido común, el contacto con la
realidad, el fin de su cometido, que es proteger a la víctima, proteger a la
sociedad. Con esa ley, la audiencia de Barcelona ha condenado a un hombre por
abuso sexual porque durante la penetración no consentida (ahora que está
condenado no puedo decir violación) la víctima, menor de edad, no opuso
resistencia al estar en estado de shock.
Ahora, un montón
de hombres y mujeres con estudios van a discutir sobre lo obvio. Así como nadie
se imagina una comisión de científicos discutiendo si las naranjas salen de los
naranjeros, un grupo de juristas van a debatir sobre si una penetración no
consentida es o no es una violación.
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