Voy a tratar de
explicaros lo que siento cuando escribo una novela.
Sé que puede
parecer exagerado, pero os aseguro que es así.
La protagonista
de mi último manuscrito se llama Lara y es un error del sistema, lo cual solo puede
significar algo rematadamente bueno teniendo en cuenta que este sistema en el
que vivimos es, básicamente, una mierda.
Hay un momento
en el proceso de escritura que consiste en que los personajes cobran vida. Esto
es lo más difícil de explicar.
Significa que te
acompañan noche y día, que piensas en ellos como si formaran parte de tu
familia o de tus amigos. Significa que te sorprendes pensando, y esto es
verídico, “¿qué estará haciendo ahora Lara?” y te imaginas un puñado de
posibilidades.
Mientras
escribía esta novela, que se llama “Un error del sistema”, me sucedía que
cuando terminaba de dar clases me alegraba porque llegaría pronto a casa, no
para ponerme a escribir mi página diaria, sino para que Lara me contara lo que
le había pasado desde que la dejara el día anterior. Era ella la que me lo
contaba. Yo me limitaba a presionar los dedos sobre el teclado del ordenador.
Y, así, con cada
uno de los protagonistas de mis novelas.
Luego, cuando
terminas, les tienes que decir adiós y les echas terriblemente de menos, aunque
te consuela pensar que se quedan en tu corazón para el resto de tu vida.
A veces, con
suerte, se te ocurre una idea para reencontrarlos y empiezas a escribir una
segunda parte. Ese reencuentro entre escritor y personaje es
indescriptiblemente cojonudo.
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