domingo, 9 de abril de 2017



Ayer vi algo que puede definir muy bien la sociedad  occidental de hoy en día.
Resulta que vivo en  un pueblo costero y, claro, ¿qué pueblo costero no tiene su playita y su paseo marítimo lleno de mierda de perro? Pues nada, que andaba yo esquivando la minas fecales caninas, por aquello de dedicarle un hora a la hipertensión que mi padre me dejó en herencia, cuando vi a dos chicas en bikini dispuestas a meterse en el agua. Sería todo normal de no ser porque ya eran las siete y media de la tarde y soplaba una brisa marina que te erizaba la piel aunque llevaras un suéter. Me quedé observándolas mientras estuvieron en mi arco de visión. Caminaban hacia la orilla como si fueran al patíbulo, haciéndose pequeñitas por el frío y cogidas del brazo para compartir el poco calor que debían tener sus cuerpos. Yo me dije que no serían capaces de meterse en el agua. Cuando sus pies entraron en contacto con la primera olita echaron tal grito que pensé que acababan de ver a David Bisbal. De ahí no pasan, me dije. Dieron un paso más. Con el agua en las rodillas se dieron media vuelta dejando el mar a su espalda. Entonces, una de ellas colocó el móvil para hacerse un selfie. Cómo les cambió la cara. Todo eran sonrisas. Se sacaron varias, todas con la misma actitud de felicidad. Cuando terminaron la sesión salieron corriendo del agua con el mismo rostro de penitencia con el que habían entrado y corriendo fueron a ponerse la ropa.
Pues sí, en eso nos hemos convertido. Que se vea bien clarito en las redes lo bien que lo estamos pasando.
Por supuesto, tras reírme de lo que había visto, me di cuenta de que había pisado una mierda de perro.

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