Un día, llegó
destinado al cuartel el teniente (vamos a llamarle Martín). El teniente Martín
era un conjunto de músculos y fibra implantado sobre un esqueleto de acero
inoxidable. Yo estaba convencido de que Skynet le había enviado atrás en el
tiempo pura y exclusivamente para hacernos la vida imposible en el cuartel,
especialmente a mí, el profesor. No en vano le llamábamos Tmil. Hasta se
parecía al actor que encarnaba al temido robot, Robert Patrick. También le
decíamos “el diez días”, porque arrestaba ese número de días a todo lo que se
movía. El teniente Martín era un buen profesional que no terminaba de asumir
que mandaba una tropa que era de reemplazo.
Tenía un empeño cansino en ponernos a todos en forma, como si
estuviéramos a punto de entrar en combate y nuestras vidas dependieran de su
contumaz adiestramiento. Un horror.
Todas las mañanas nos
hacía una gimnasia tipo marine de Estados Unidos que nos dejaba asfixiados.
Siempre nos preguntaba el número de series que habíamos hecho como buenas
máquinas discípulas suyas. El primer día fue muy gracioso. “A ver: ¿quién ha
hecho menos de veinte flexiones?” Y lo apuntaba. Eran flexiones de barra, de
las que levantas los pies del suelo. Volvía a preguntar rebajando el número de
flexiones pero empezando a echarme una mirada de mosqueo porque yo siempre
levantaba la mano. “¿Menos de cinco?” levanté la mano “¿Menos de cuatro?”
levanté la mano. Su tono era cada vez más de sorpresa mezclada con indignación
“¿Menos de tres?” levanté la mano, aunque ya con cierta timidez. “¿Menos de
dos?” Me miró fijamente. El silencio cortaba el aire. Por fin, levanté la mano
lentamente. “¿Menos de una?”. Preguntó incrédulo. Yo había dejado la mano
levantada pues era tontería que la bajara. “Pero Roncerooooo” protestó con
indignación y abriendo los brazos. Siempre me río cuando recuerdo cómo arrastró
la última sílaba de mi apellido. A partir de aquel día, tuvo como objetivo
personal ponerme en forma. Qué empeño, qué espíritu de entrega, qué ánimo
inquebrantable, el del teniente, por supuesto. Pobre hombre, mira que perdió el
tiempo conmigo.
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