jueves, 16 de febrero de 2017

LA OBRA DE ARTE CON GAFAS (relato)




Matilda cuidaba un museo. En concreto una sala. La misma sala durante cinco años. La silla incómoda que asignan los museos a sus cuidadores se había amoldado a su trasero. Por mucho que le gustara el arte, después de la primera semana en esa sala su trabajo se le hizo un mundo invadido por el tedio, aunque lleno de color. Lo que hacía era, básicamente, fijarse en los visitantes de su sala y se imaginaba sus vidas. Un día, no pudo imaginar la vida de un visitante, básicamente porque se había enamorado de él a primera vista. Cuánta tristeza cuando, después de un buen rato sentado frente a una de las obras expuestas, abandonó su sala. Y qué alegría cuando a la semana siguiente volvió a aparecer, y la siguiente semana, y la otra…Así, indefinidamente, los martes por la tarde, a las seis, puntual como un reloj y se iba a las seis y media. Treinta minutos en los que Matilda se recreaba en aquella obra de arte con gafas; eso sí, con mucho disimulo.
Un día aciago, nefasto, terrible, Matilda fue trasladada de sala. Se lo tomaban con calma en el museo porque habían tardado cinco años en decidir aquella variante. Ya no vería a su obra de arte con gafas. La nueva sala la desechaba todo el mundo. Pintores holandeses del siglo XIII. ¿A quién demonios podía interesarle algo así? Pues a la obra de arte con gafas, porque apareció el martes a las seis de la tarde y se sentó frente a un paisaje mal pintado. Matilda, tras asimilar una emoción así, empezó a imaginarse la vida del visitante. No lo había hecho antes porque no quería torturarse con su propia imaginación. Pero ahora sí, se desbocó e incluso se lo imaginó en la cama con ella.
Otro día aciago, después de permanecer dos años en aquella sala insípida, a Matilda la trasladaron no a otra sala, sino a otro museo y en otra ciudad. Su vida solitaria, aderezada únicamente por las visitas de su obra de arte con gafas, se le desplomaba a los pies. Nueva ciudad, nuevo museo, nueva sala, nueva silla incómoda dispuesta a amoldarse a un nuevo trasero.  Triste, incapaz de entender cómo habían expuesto en la sala un urinario al que le habían añadido la palabra fuente, se colocó los auriculares para aislarse de un mundo que no podía comprender. Entonces apareció. Nuestra obra de arte con gafas entró en su sala y se sentó frente a un caniche hecho con globos de cristal. Matilda no podía albergar tanta felicidad. Quiso imaginarse de nuevo su vida con él pero algo más poderoso que la imaginación se lo impidió, la realidad. Llevaba enamorada de ese hombre misterioso cerca de diez años. Basta de imaginación. Se quitó las gafas y guardó los auriculares. Se aclaró la garganta y llamó la atención del hombre cuando estaba a punto de salir, después de permanecer en la sala sus preceptivos treinta minutos. Sin añadir palabra, Matilda se lanzó a su boca y le besó. Fue correspondida y el beso se convirtió en pasión. Hubo quien apartó la mirada, hubo quien los grabó con su móvil olvidándose del urinario y del caniche. Matilda perdió su trabajo pero, a cambio, ya no tuvo que imaginar nada.


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