El corazón me dio un
vuelco al no sentir las llaves de casa en mi bolillo. Preludio en do mayor para un ataque de histerismo.
-Cariño, no sé si cogí las
llaves de casa.
Estábamos en un centro
comercial, a punto de entrar en los multicines.
-Sí, las cogiste.
-No tengo la memoria fotográfica
de ese momento en concreto.
Yo hablo así de raro.
-No hubiéramos salido del garaje
sin ellas.
Las llaves de casa llevan
incorporadas el mando del garaje.
-¿Y si las cogí del coche al
llegar aquí y se me han caído?
-Quieres ir al coche y
comprobarlo, ¿verdad?- Asentí con cara de perro cuando su dueño enseña la
correa para salir- ¿Cuándo empieza la película?
-En diez minutos. Me da tiempo-
respondí como el miembro de un cuerpo de élite a punto de emprender una misión
imposible en la que el gobierno negará conocerte en caso de fracaso.
-Te espero aquí.
Era la señal que necesitaba.
Corrí con disimulo ante el agente de seguridad que me miraba de reojo (¿qué se
cree, que no me di cuenta?). Corrí sin descaro alguno cuando le pasé bajando
los pisos del centro comercial con la vista al frente, adelantando a la gente
en la cinta móvil como si estuviera en una persecución de Jason Bourne montada
para provocar epilepsia entre el público, y llegué al coche. Sonreí victorioso.
Allí estaban las llaves. Hubiera jurado que me sonrieron al verme. Las cogí y
deshice el camino hecho a más velocidad que cuando lo hice, aunque me detuve
unos metros antes de llegar al cine para coger fuelle y presentarme fresco como
una rosa.
-¿Ves como estaban?- Me dijo
cuando le enseñé las llaves. Pero yo era feliz. De no haber ido al coche
hubiera estado toda la película pensando en las dichosas llaves. Nos sentamos
en nuestros asientos con el tiempo justo pues de inmediato se apagaron las
luces de la sala. En ese momento, mi corazón se quedó congelado.
-Cariño, no sé si cerré el
coche. No guardo la memoria fotográfica de ese momento concreto.