domingo, 1 de mayo de 2016

ASÍ EMPIEZA LA NOVELA QUE ESCRIBO EN ESTOS MOMENTOS

La puerta chirrió. Siempre chirriaba. El comisario Trápaga sonrió. La primera vez que la había abierto, treinta años atrás, también la puerta  se había lamentado como un gato en celo. Tres décadas. Demasiado tiempo, demasiados casos y, sin embargo, nunca había olvidado aquella vieja biblioteca, aquella ciudad tan lejos de su amada Madrid. No supo si sorprenderse al ver que en todo aquel tiempo no habían cambiado la cerradura ni instalado cámaras. Era como si hubiera regresado, no solo a la ciudad, sino también a los años ochenta. Años inclementes para todos. Por otro lado, ¿quién iba a querer robar en una biblioteca pública? Sonrió. Sí, las cosas no habían cambiado. Entró.
            Encendió su vieja linterna. Le había acompañado tanto como su pistola. Luz y fuego. Vida y muerte. El surtido de libros no había crecido demasiado en treinta años. Pocas estanterías se habían añadido, al menos no las suficientes para hacer dudar al comisario de su propia memoria. Conocía el camino perfectamente. Él había estado presente, solo él, sin testigos. No sabía qué le producía más grima, si los recuerdos del lugar o la acumulación de libros. Detestaba leer. Su horizonte cultural no iba más allá de los diarios deportivos. Por eso, recorriendo aquellos pasillos se sentía rodeado de enemigos.


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