Un día, todo comienza un día, una feligresa, probablemente muy aburrida y sola, empezó a sentir una aversión profunda hacia la desnudez vergonzosa, a su parecer, de los primeros pecadores del mundo. Décadas hacía que ambos cuadros adornaban el altar y nunca antes se había recibido una queja como aquella. La señora en cuestión no solo insistió, sino que contagió a todos con su desprecio por el cuadro pecaminoso. Lujuria y solo lujuria pasaron a ver los ojos de los feligreses. Tanta veían que amenazaron al cura con que no irían más por la iglesia mientras ese símbolo de la desvergüenza continuara expuesto. Sin ánimo alguno de perder asistentes, el sacerdote obedeció, contradiciendo así a su propio criterio.
Todos respiraron tranquilos ante la ausencia de los desnudos culpables y concentraron, a partir de entonces, sus miradas en la pintura de aquel desgraciado que mataba con saña a su hermano. Odio, recelo, envidia, suspicacia, violencia, furia…Sí, eso es lo que aquellas mentes puritanas han visto hasta el día de hoy durante la celebración de la misa.
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