domingo, 24 de abril de 2016

Boomerang (relato)

¿Sabes esa sensación que te llena las mejillas de cólera al ver cómo la vida no hace más que clavarte puñaladas a pesar de todo lo que has hecho por los demás? No es que ayudes esperando una recompensa pero, joder, la vida ya podría tener un detallito. Pues ni eso. Para Guillermo todo iba cuesta abajo, aunque él no era como nosotros, que nos encochinamos ante el tratamiento mierdoso que nos depara el destino, sino que lo tomaba siempre con humilde resignación. ¿Serviría de algo encolerizarse?, pensaba.
Caballero hasta la médula, sus hazañas altruistas habían empezado como estudiante de primaria, cuando, sin saber bien cómo ni por qué, reventó a hostias al que acosaba a Luisito, el alfeñique de la clase. A partir de ese momento, se había ido labrando un currículum plagado de colaboraciones y ayudas desinteresadas, pero la vida no entiende de eso, y la crisis económica tampoco. La última putada había sido perder el trabajo. ¿Quién le iba a contratar pasando la cincuentena? La resignación se mezclaba con un profundo pesar pues justo ese año su hijo empezaría en la universidad, algo imposible ante las nuevas circunstancias.
Deprimido, hundido, aunque siempre con una sonrisa para los suyos, vagó durante meses buscando un trabajo que esperaba encontrar antes de que se le terminara la ayuda del paro. ¿Recordáis que os había dicho que la vida no hacía más que ponerle zancadillas? ¿Por qué iba a cambiar ahora? No encontró ese trabajo ansiado y la familia tuvo que empezar a pedir prestado a sus allegados y amigos, hasta que, por vergüenza a seguir pidiendo, comenzaron a frecuentar comedores sociales.
Un día, le llamaron para un trabajo. Creyó estar soñando. La entrevista fue de maravilla y le contrataron. La primera semana no paró de pellizcarse cada vez que entraba en su oficina. Le habían dado un cargo directivo, más alto incluso que el que había perdido. Su gran temor las primeras semanas, era, por supuesto, que el destino le clavara un nuevo puñal, quizás el definitivo, más grande y sangriento,  porque no sabría cómo recobrarse ante un nuevo despido. Y ese día llegó. ¿Qué os había dicho? Le comunicaron que nada menos que el director general quería verle. Los demás directivos sabían bien lo que eso significaba.
Guillermo subió en el ascensor viendo puñales amenazantes por todos lados. La secretaria la atendió con amabilidad y le hizo pasar al despacho. El director, un cincuentón como él, le recibió con una amplia sonrisa.
                -Pero, hombre, Guillermo, qué alegría tenerte con nosotros- y le dio un abrazo intenso con palmaditas en la espalda incluidas. Nada de puñales. Guillermo permaneció inmóvil, confuso-. Cuando vi que habías enviado tu currículum no lo dudé ni un instante. Pero, hombre, ¿cómo me miras así? ¿Es que no me reconoces? Soy Luis, Luisito, tu compañero de clase en la escuela.
                -Luisito-repitió él buscando reconocerle en sus rasgos.
                -Claro, el mismo. Me he pasado la vida queriendo agradecerte lo que hiciste por mí esos años defendiéndome  de los abusones y por fin el destino nos vuelve a reunir.


2 comentarios:

  1. Descubre este blog tras la entrevista en el blog de mi amigo Miguel Sanfeliu. Me he dado una vuelta por aquí y me he quedado un buen rato leyendo sus relatos. Simplemente una gozada.

    Un cordial saludo.

    Un cordial saludo.

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