¿Sabes esa sensación
que te llena las mejillas de cólera al ver cómo la vida no hace más que
clavarte puñaladas a pesar de todo lo que has hecho por los demás? No es que
ayudes esperando una recompensa pero, joder, la vida ya podría tener un
detallito. Pues ni eso. Para Guillermo todo iba cuesta abajo, aunque él no era
como nosotros, que nos encochinamos ante el tratamiento mierdoso que nos depara
el destino, sino que lo tomaba siempre con humilde resignación. ¿Serviría de
algo encolerizarse?, pensaba.
Caballero hasta la
médula, sus hazañas altruistas habían empezado como estudiante de primaria,
cuando, sin saber bien cómo ni por qué, reventó a hostias al que acosaba a
Luisito, el alfeñique de la clase. A partir de ese momento, se había ido
labrando un currículum plagado de colaboraciones y ayudas desinteresadas, pero
la vida no entiende de eso, y la crisis económica tampoco. La última putada
había sido perder el trabajo. ¿Quién le iba a contratar pasando la cincuentena?
La resignación se mezclaba con un profundo pesar pues justo ese año su hijo
empezaría en la universidad, algo imposible ante las nuevas circunstancias.
Deprimido, hundido,
aunque siempre con una sonrisa para los suyos, vagó durante meses buscando un
trabajo que esperaba encontrar antes de que se le terminara la ayuda del paro.
¿Recordáis que os había dicho que la vida no hacía más que ponerle zancadillas?
¿Por qué iba a cambiar ahora? No encontró ese trabajo ansiado y la familia tuvo
que empezar a pedir prestado a sus allegados y amigos, hasta que, por vergüenza
a seguir pidiendo, comenzaron a frecuentar comedores sociales.
Un día, le llamaron
para un trabajo. Creyó estar soñando. La entrevista fue de maravilla y le
contrataron. La primera semana no paró de pellizcarse cada vez que entraba en
su oficina. Le habían dado un cargo directivo, más alto incluso que el que
había perdido. Su gran temor las primeras semanas, era, por supuesto, que el
destino le clavara un nuevo puñal, quizás el definitivo, más grande y
sangriento, porque no sabría cómo
recobrarse ante un nuevo despido. Y ese día llegó. ¿Qué os había dicho? Le
comunicaron que nada menos que el director general quería verle. Los demás
directivos sabían bien lo que eso significaba.
Guillermo subió en el
ascensor viendo puñales amenazantes por todos lados. La secretaria la atendió
con amabilidad y le hizo pasar al despacho. El director, un cincuentón como él,
le recibió con una amplia sonrisa.
-Pero, hombre, Guillermo, qué
alegría tenerte con nosotros- y le dio un abrazo intenso con palmaditas en la
espalda incluidas. Nada de puñales. Guillermo permaneció inmóvil, confuso-.
Cuando vi que habías enviado tu currículum no lo dudé ni un instante. Pero,
hombre, ¿cómo me miras así? ¿Es que no me reconoces? Soy Luis, Luisito, tu
compañero de clase en la escuela.
-Luisito-repitió él buscando
reconocerle en sus rasgos.
-Claro, el mismo. Me he pasado
la vida queriendo agradecerte lo que hiciste por mí esos años
defendiéndome de los abusones y por fin
el destino nos vuelve a reunir.
Descubre este blog tras la entrevista en el blog de mi amigo Miguel Sanfeliu. Me he dado una vuelta por aquí y me he quedado un buen rato leyendo sus relatos. Simplemente una gozada.
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Un cordial saludo.
Muchas gracias, Melmoth
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