Para recordar quién
soy, o quién fui, me tendría que remontar a la Revolución Francesa. Allí mi
cabeza rodó como un melón cuando la vil guillotina se dejó caer sobre mi
cuello. Como fui condenado por Robespierre no sabría deciros exactamente si fui
un buen revolucionario o no. Además, todo eso es muy subjetivo.
Mi primera
reencarnación fue en una mariposa. Visto y no visto. Sí, estuvo bien eso de
volar pero apenas duró. Luego, mi alma, no sé cómo, pasó al cuerpo de un
suricato. Todo el día de pie, vigilando qué sé yo el qué, hasta que lo supe
demasiado tarde pues acabé entre los dientes de una hiena. De pronto fui un
árbol, de los centenarios además. No podéis imaginaros lo aburrido que es. Sí,
todo eso de la ecología está muy bien; lo verde, el pulmón del mundo, los nidos de los pájaros, pero estás quieto,
no haces nada salvo observar cómo los perros te mean en los pies. Así hasta que
un leñador tuvo la compasión de cortarme en pedazos y lanzarme en porciones en
el fuego de su hogar. Lo preferí a continuar de ese modo.
A alguien debí
molestar mucho con mis quejas porque mi siguiente reencarnación fue en una
anguila jardinera. No sé si os hacéis a la idea: semienterrada en la arena y
con el resto del cuerpo dejándose balancear por la corriente. Sí, las
cosquillas eran agradables pero yo lo que deseaba era que me devorara algún pez
y acabar así con mi tortura, pero no, resulta que estaba en la pecera de un
acuario de un parque temático rodeado por
otras ochos anguilas de pésima conversación. Lo único que yo pensaba era en
cuánto coño podían vivir las jodidas anguilas jardineras. De vez en cuando me
entretenía viendo la cara de idiotas de los visitantes cuando nos miraban. De
verdad que no sé quién era más infantil, si los niños que me miraban o sus
padres. Por lo visto, la crisis pasó factura al parque y acabó cerrando. Si a
nadie le importó el futuro de los delfines que allí encerraban, imaginaos el de
una anguila jardinera.
De la dichosa anguila
pasé al cuerpo de un perro de malas pulgas cuyo único entretenimiento consistía
en ladrar, y perseguir, a las ruedas de los coches. Por algún motivo
desconocido para mí, necesitaba hincarle el diente a todos los neumáticos que
pasaban por ese camino perdido de la mano de dios, hasta que calculé mal con
aquel camión.
Y aquí estoy ahora, en
realidad desde hace unos cuantos años, en el cuerpo de un tal Carlos Roncero.
Un tío que se cree escritor y cuya única misión en la vida es ver cuántos likes
tiene lo último que publica en Facebook. It`s so boring…Ay, sé inglés, no sabía que
supiera inglés. Si os lo digo yo, que la vida es una tómbola.
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