Había sido un año difícil para los
costaleros; un año, además, muy mediático, cargado de una publicidad que
hubieran preferido no tener pues en boca de todos había circulado la polémica
sobre el posible ingreso de las mujeres en la cofradía. Ahora, con la Virgen
sobre los hombros, transpirando malamente por la capucha que cubría sus
sudorosos rostros, marchaban felices pues habían conseguido permanecer
enteramente masculinos. Solo Alfredo había apoyado sin tapujos la presencia de
mujeres en la cofradía, pero un voto no era suficiente para cambiar las cosas.
Quizás por eso, Alfredo había permanecido tan callado durante toda la
procesión. Había llegado con la capucha puesta, limitándose a asentir o negar
con la cabeza cada vez que le preguntaban. Ni siquiera cuando se marchó
descubrió su rostro para despedirse.
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