Al final lo
conseguiste. Te enseñaron a competir en la escuela. Eras el mejor de la clase.
¿Te acuerdas? Claro que te acuerdas. En el instituto te machacaron con sacar
las mejores notas, aunque a ti, en
realidad, te gustaba esa canción. En la universidad continuó la competición,
pero ahora era de élite, el más alto nivel. Las matrículas de honor tenían más
mérito. Sí, competiste y lo conseguiste. Por eso te llamaron de aquella
megaempresa. A partir de entonces no hiciste más que continuar compitiendo, y
escalaste; no paraste de subir pisos hasta alcanzar el último, la dirección.
Entras en tu anhelado
despacho. Piensas en sus hermosas vistas desde allá arriba. Sí, has luchado, te
ha costado lo tuyo. El colesterol lo tienes disparado, la última angina de
pecho te ha dejado un tanto acojonado, tu exmujer está felizmente casada, tus
hijos no quieren verte, no tienes amigos con los que compartir tu éxito. Sí, hermosas vistas desde tu despacho. De
hecho, piensas que desde esa altura no puedes fallar.
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