Susana avanzaba con
paso vivo por los pasillos del colegio. Deseaba correr pero temía que cundiera
el pánico. En cualquier caso, debía llegar al patio antes de que ocurriera una
desgracia irreparable. El chivatazo se lo había dado uno de sus alumnos de
primaria. Era horrible. No podía creer que la mente de una niña pudiera
albergar tanta maldad. Paula ya era de por sí una alumna problemática, con
infinidad de reuniones inútiles con sus padres, pero esa acción, la que
pretendía llevar a cabo en el patio, cruzaba todos los límites. Era cruel. No
había tiempo ahora para lamentaciones ni para buscar unas explicaciones que ya
se sabían; lo importante era detenerla, pero en pleno recreo era difícil
caminar entre tanto alumno ajeno a la tragedia que estaba a punto de
consumarse. Con cada profesor que se tropezaba, Susana preguntaba por Paula y
todos le respondían que la habían visto ir al patio. No quedaba tiempo, era
preciso correr y eso hizo. Cuando llegó al patio comprendió que era tarde, que
no podría evitarlo. Paula estaba de pie en el centro de aquel espacio destinado
para el esparcimiento lleno de criaturas que no alcanzaban los diez años.
Sonreía ante lo que estaba a punto de hacer y en su sonrisa cohabitaban la
maldad y el placer, bastante cómodas, por cierto. Susana hizo por llegar, por
gritar pero Paula ya había cogido aire, solo le quedaba gritar y lo hizo,
desgarradoramente. La tragedia estaba servida.
-¡Los Reyes Magos son los
padres! ¡Los Reyes Magos son los padres! ¡Los Reyes Magos son los padres!
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