Él no sabe que yo lo
sé. Está frente a mí, saluda al público, que le adora. Su sonrisa de perlas les
cautiva. Me mira y cree estar viendo la seguridad que siempre le ofrezco. No
sabe que yo lo sé. Se concentra. El público, nuestro público, entiende que debe
guardar silencio. Se sienta en su trapecio y vuelve a mirarme. Se balancea. Yo
me balanceo en mi trapecio. Es nuestro número más arriesgado. Dará un triple
mortal esperando que mis robustas manos le atrapen, como hasta ahora. No hay
red.
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