Arturo
se encontró la botella en uno de sus muchos momentos frente al mar. Jubilado
hacía años, viudo y con dos hijos a los que veía de San Juan a Corpus, muchos
eran los días en los que su mejor ocupación consistía en pasear. “Ojalá sea de
esas en las que hay un mensaje”. Y lo había. Con gran ilusión, y algo de
torpeza, consiguió acceder al papel sin romper la botella. El papel, viejo y
gastado, estaba escrito con letra muy simple, como la de un niño, grande y
circular. La emoción con la que encaró el escrito se esfumó en cuanto empezó a
leerla. Sintió que se le venía el alma abajo y comenzó a llorar cada vez con
más intensidad. Era como si sus lágrimas hubieran estado esperando toda su vida
para salir en ese momento, tal era la fuerza y duración de su llanto. Tras
varios minutos en ese estado, cogió valor para volver a leer el mensaje en la
botella. “Por favor, que alguien ayude a mi mamá, y a mí y a mi hermana. Papá
es malo” y bajo esa escueta frase añadía la dirección en la que Arturo había
vivido desde que se casara.
No entiendo como no hay ningún comentario. Me resulta imposible pasar por aquí y leer tu relato sin felicitarte. Impactante, conmovedor, crudo. Extraordinario.
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