domingo, 19 de noviembre de 2017




Un grupo de whatssap comenta sus intenciones sobre cometer un atentado y en muy poco tiempo lo tienen localizado, con la colaboración ciudadana, y con los Geo encima. Todos suspiramos aliviados pues hemos podido detener una tragedia antes de que suceda; incluso se les juzgará sin haber llegado a cometer el delito, pues basta que hayan conspirado para cometerlo.
Un grupo de machotes en whatssap planea el secuestro y violación de mujeres en los Sanfermines y, aparte de recibir los ánimos  y risas del resto del grupo, nadie les denuncia. Nadie se lo toma en serio. No hay colaboración ciudadana. Nadie suspira aliviado, puesto que nadie se ha enterado. Las víctimas sí.
Su conspiración para cometer tragedias no solo no será juzgada sino que, por si fuera poco,  no será considerada válida en su posterior juicio por haber, presuntamente (el estado de derecho me obliga a ponerlo) violado, a una joven.
Para la justicia española no es la misma tragedia.
No es ciencia ficción, ni una novela de John Grishan.
Es España, ahora, hoy.
La vida posterior de la joven sí es considerada válida en el juicio, no sea que haya pretendido superar el horror demasiado pronto.
Así están las cosas en este país y todos contribuimos, de una manera u otra, para que suceda.
El problema es la raíz, el problema es la educación.
El 27% por ciento de los jóvenes españoles considera normal la violencia de género. La encuesta se publicó hace un par de días.
No quiero ni imaginar cuántos grupos de whatssap pueden caber en ese porcentaje.
Sinceramente, me aterroriza que no estemos siendo capaces de educar en el respeto, de educar en la igualdad.

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